Capítulo 51: El girasol

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No quería volver a casa. Aún no. No se veía capaz de disimular el enfado que llevaba encima y sabía que entonces vendrían las preguntas. Acabó en el parque de El Retiro, perdiéndose entre la gente hasta que encontró un banco desde donde se podía divisar el estanque. En medio de sus pensamientos, no demasiado halagüeños, se quedó observando a los últimos rezagados que no quisieron perderse la experiencia de montar en una de las barcas antes de la hora de comer.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó sin necesidad de levantar la vista.

Conocía ya demasiado bien esa fragancia para saber a quién pertenecía.

— He supuesto que no querrías volver a casa por la manera en la que te has ido. —le puso algo delante. — Toma, es para ti.

Amelia la miró y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.

— ¿Y esto?

— Una chica muy guapa me dijo una vez que le encantaban los girasoles y que simbolizan la alegría. Espero que te la contagie aunque sea un poco. — la morena lo cogió. — También representan el amor, la lealtad y la buena suerte.

— Te acuerdas.

— Pues claro. Yo siempre me acuerdo de lo que me importa.

Amelia le mantuvo la mirada, pensando en cómo todos esos atributos asociados a los girasoles encajaban a la perfección con la rubia.

Alegría, amor, lealtad y buena suerte.

— Gracias.

Luisa sonrió también y en ese momento hasta se olvidó de su propio enfado tras la discusión con Sara.

— ¿Ya no estás enfadada conmigo?

— El enfado no es contigo, es con el mundo en general.

— Ya... — señaló hacia el banco. — ¿Puedo sentarme? — Amelia asintió y Luisa se acomodó a su lado. — Lo siento. Sé lo mucho que te habías esforzado en ese artículo.

— Supongo que es lo que hay, ¿no? — dijo con resignación y volvió a mirar al estanque. — Ayer hablábamos de abrir mentes y hoy mira... hay un artículo que no se va a publicar y la gente creerá la versión oficial porque es la única que va a conocer.

Se quedaron unos segundos en silencio, con la vista fija en el agua, hasta que a Luisa se le ocurrió una idea.

— Que no se pueda publicar no significa que ese trabajo tenga que ser en vano.

— ¿Qué quieres decir? — se giró hacia ella.

— Estoy segura de que a los dueños de esa librería les encantaría leerlo.

— No sé... no quisieron ni atenderme cuando fui a preguntar por el barrio.

— Porque no conocían tus intenciones. No serías la única que se pasó por allí para intentar hablar con ellos.

— También me encontré con un reportero de la revista Sucesos.

— Y ya sabes el tipo de contenido que publica esa revista.

— Hacen lo que sea para vender.

— Menos informar. — completó y la miró. — Ellos se deben de sentir igual de frustrados que tú. Les animaría saber que hay gente que está de su lado. No pierdes nada por intentarlo, ¿no?

Amelia sonrió.

— Tienes razón.

— ¿Y cuándo no la llevo? — dijo con suficiencia, sacándole una pequeña risa que celebró internamente como una victoria. — Si quieres yo te acompaño. Tengo que hacerle un recado a Benigna pero el resto de mi tarde es toda tuya.

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