Capítulo 13: Golpe de realidad

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Luisa abrió los ojos de repente. Tras unos segundos de confusión cayó en la cuenta de que esa habitación no era la del hostal y que no la había despertado una pesadilla, sino unos golpes en la puerta. Amelia seguía abrazada a ella, durmiendo plácidamente, tal y como se habían quedado después de su encuentro.

— Hija, ¿estás ahí? — se escuchó desde fuera.

Mierda.

— Amelia, despierta. — murmuró.

— ¿Mmm...?

— ¿¡Amelia!?

La voz de su madre, que sonaba cada vez más preocupada ante la falta de respuesta, terminó por despertarla del todo. Buscó a Luisa con la mirada y las dos estaban igual de sorprendidas, sin saber cómo reaccionar.

— M-mamá, ¿qué pasa?

Se levantó de un salto a buscar su ropa, que andaba esparcida por la habitación.

— Ay, hija, es que no contestabas y me he asustado. Nada, que ya he vuelto.

Luisa también empezó a vestirse a toda prisa.

— ¿Y eso? ¿No volvías por la noche?

— Ya es de noche, hija. De hecho, tu padre debe de estar al llegar.

Amelia cerró los ojos maldiciendo su suerte. ¿Cómo habían podido quedarse dormidas tanto tiempo? Lo peor es que esto era culpa suya, ella le había pedido a Luisa que se quedara un rato más.

— Ah, es que con tanto trabajo se me ha ido el santo al cielo.

— Siempre te pasa lo mismo... bueno, voy a la cocina a preparar la cena.

— Vale. —escuchó que se alejaba y se giró hacia Luisa.

— No encuentro las bragas.

Y en otras circunstancias le habría parecido hasta cómico, pero no estaba precisamente el horno para bollos.

— ¿Has buscado bien?

— ¿Tú que crees? — Amelia se agachó para mirar debajo de la cama. — Ya he mirado ahí. Mira, da igual, cuando las encuentres me las devuelves y ya está.

La morena volvió a ponerse en pie.

— ¿Te vas a ir sin ellas?

— El hostal está aquí al lado, nadie se va a dar cuenta. — se recolocó el vestido. — Será mejor que me vaya cuanto antes, no quiero tentar más a la suerte hoy.

— Lo siento, ha sido culpa mía.

— Son cosas que pasan, no te preocupes.

— Bueno... voy a ir a la cocina a entretenerla y así puedes salir sin problema.

— Vale.

— Nos vemos mañana en la plaza.

— Sí, claro.

Amelia entró en la cocina y Luisa aprovechó para salir con sigilo, sin hacer el menor ruido. Bajó las escaleras rápidamente y cuando llegó a la entrada vio la silueta de alguien tras la cristalera de la puerta principal, por lo que decidió esconderse en el hueco de las escaleras.

— Buenas noches. — le dijo el hombre a la portera, que acababa de salir de su portería al escuchar la puerta.

— Buenas noches, señor Ledesma. Aquí tiene su correspondencia.

— Gracias.

Se escuchó el sonido de sus pasos escaleras arriba y la portera volvió dentro. Luisa salió antes de que pudieran descubrirla y, vigilando que el sereno no estuviera merodeando por la plaza, entró al hostal. Benigna estaba en la entrada, limpiando el polvo, y la saludó con la amabilidad que la caracterizaba.

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