Capítulo 22: La tormenta perfecta

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Dos agentes de la guardia civil irrumpieron en una vivienda del barrio esa misma mañana. Buscaban a una persona en concreto y, tras inspeccionar la zona concienzudamente, encontraron las pruebas que la incriminaban y se la llevaron detenida. Luisa observó la escena desde la distancia, escuchando de fondo los gritos y lamentos de la persona implicada y sus familiares, que no entendían qué estaba sucediendo ni de qué cargos la acusaban. Expulsó el humo del cigarro que se estaba fumando y se alejó de allí tras comprobar que ya estaba hecho, tal y como estaba planeado.

El día siguió su curso, como si fuera uno más. Amelia tenía clase por la mañana así que se encontró con ella en la plaza después de comer para ir juntas a la redacción. En cuanto entraron ya notaron el ambiente enrarecido y las caras de consternación de sus compañeros. Algo había pasado.

— Hola, chicas. — les dijo Álvaro que justo pasaba por allí.

— ¿Y esas caras? ¿Ha pasado algo? — preguntó Amelia.

— Han detenido a Fede.

— ¿Qué? ¿Pero por qué?

— Esta mañana han ido a su casa y parece ser que han encontrado panfletos comunistas.

— No puede ser, tiene que ser un error.

— No lo sé, ya no nos ha llegado más información.

Amelia miró a Luisa, a la que también le había cambiado la cara al recibir la noticia.

— Cualquier novedad que haya... — intervino la rubia.

— Claro, yo os la doy. — contestó Álvaro. — Bueno, voy a seguir con lo mío, a ver si así mantengo la cabeza ocupada.

— Sí, nosotras vamos a intentar hacer lo mismo. Adiós. — se giró hacia Amelia. — ¿Estás bien?

Sin decir nada, la morena empezó a subir las escaleras y Luisa la siguió.

— No me lo puedo creer, es que no es justo. — Luisa cerró la puerta. — Y encima Fede, que no le haría daño ni a una mosca.

— Se habrán confundido, ya verás como en seguida le sueltan.

— Me da igual que se hayan confundido o no, ni siquiera le conocen. — resopló frustrada. — No me entra en la cabeza que sigan pasando estas cosas, de verdad. No hacen más que dividirnos, es que así no va a avanzar nunca este país.

— Sabes que opino lo mismo pero intenta bajar la voz, no es cuestión de que te metas en problemas tú también. — dijo con tono conciliador.

— No, Luisa, es que estoy harta. Harta de no poder decir lo que pienso, ni lo que siento, ni...

Ese "ni lo que siento" hizo que Luisa se sintiera un poco culpable porque desde que Virginia le había dicho que Amelia se estaba enamorando de ella no había podido dejar de darle vueltas.

— Creo que te vendría bien salir a dar una vuelta para despejarte. Ve a casa si quieres, yo te cubro sin problema. — se ofreció. — Le digo a Carvajal que te encontrabas indispuesta y lo va a entender.

— Gracias, pero no. Prefiero trabajar.

— ¿Seguro?

La morena asintió.

— Necesito centrarme en otra cosa porque cada vez que lo pienso se me llevan los demonios.

— No te hagas mala sangre, es lo que quieren.

— Pues lo consiguen. — se sentó y empezó a buscar entre los papeles.

Luisa suspiró y se sentó también. Esperaba que Amelia no reaccionara bien a la noticia pero era la primera vez que la notaba así de alterada y le extrañó. Había algo que se le estaba escapando y necesitaba saber qué era.

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