Capítulo 33: Nervios

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Al estar a principios de semana la mañana transcurrió sin muchos sobresaltos en la redacción de Avance Semanal. Sintió un enorme alivio al enterarse de que Luisa había alegado problemas personales para cambiar su turno a la tarde así que consiguió concentrarse y adelantar bastante trabajo. Estuvo charlando con Virginia en el metro de vuelta a casa y después cada una se fue por su lado.

— Hola, hija. — la abrazó nada más entrar. — ¿Qué tal el día? ¿Todo bien?

— Sí, como siempre. ¿Y tú?

— ¿Yo? Bien, bien... genial. — forzó una sonrisa. 

— ¿Seguro?

— Pues claro, ¿qué pasa? ¿no me crees?  

— No sé... te noto un poco nervioso. 

— El estrés del trabajo, que tengo muchas cosas en la cabeza. — le cogió el bolso. — Anda, deja que ya te lo llevo yo a la habitación.

Amelia le observó irse confusa y luego fue a la cocina a saludar a su madre.

— ¿Necesitas ayuda?

Devoción se giró y le sonrió antes de darle un beso.

— Pues si no te importa saca unos cuantos platos, que esto ya casi está.

Abrió el armario para cogerlos y los llevó al comedor.

— Hija, había pensado en que podíamos ir a pasar el día al lago este fin de semana.

Definitivamente estaba raro, hacía años que no proponía un plan familiar.

— ¿No has dicho que tenías mucho trabajo?

— Sí, bueno, pero no todo en la vida es trabajar. — se sentó a la mesa. — La familia es lo más importante.

— ¿Se lo has comentado a mamá?

— ¿Comentarme el qué? — llegó para dejar la olla.

— Que este fin de semana nos vamos al lago, como en los viejos tiempos. — dijo Tomás.

— Anda, ¿y eso?

— Pues porque sí, porque me apetece que pasemos tiempo juntos.

— ¿Y el trabajo?

— Ya me las apañaré para dejarlo todo atado y que no me necesiten.

— Me parece una idea estupenda. — agarró un plato para empezar a servir. — Y podrías invitar a Hugo. — le dijo a su hija.

— Pues...

— ¿Hugo? Me ha dicho que estaría ocupadísimo esta semana, no creo que pueda. — saltó Tomás en seguida.

— Vaya, entonces nada... — le rellenó el vaso con vino. — ¿Cómo os fue ayer? Que anoche se me olvidó preguntarte.

— Muy bien, dimos un paseo y charlamos. — empezó a comer.

— ¿A que no se tomó mal lo de las flores?

— Qué va, fue muy caballeroso.

— Ya te lo dije yo, que ese chico vale oro. — Tomás carraspeó y su mujer le miró. — ¿Qué pasa? ¿Quema?

— ¿Eh?

— Como no comes.

— Ah, no... no, es que tengo el estómago un poco revuelto. Algo me ha debido de sentar mal.

— Espera, que te traigo bicarbonato. — se levantó corriendo sin darle opción a réplica.

— Deberías descansar un poco, papá.

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