Capítulo 31: Consecuencias

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Luisa llegó al hostal con el ánimo por los suelos, incapaz de seguir disimulando, y Benigna se percató de ello en cuanto la vio.

— Cariño, ¿qué ha pasado?

Luisa negó con la cabeza porque no le salían las palabras y Benigna la estrechó entre sus brazos.

— Tranquila, ya está.

La rubia se perdió en aquel abrazo como si fuera el único sitio seguro en el mundo.

— Perdone, Benigna, es que... ha sido un día complicado. — se restregó los ojos.

— Pues eso se acabó. Ahora mismo te voy a servir un buen plato de trigo, que lo he machacado con agua y unos ajos y me ha quedado prácticamente igual que el arroz.

Sus palabras lograron sacarle una media sonrisa y Benigna le dio un beso en la mejilla.

— Ve a dejar tus cosas y te sientas a la mesa.

Benigna había sido una de las mejores sorpresas que le había dado la misión. Para nada esperaba congeniar tan bien con ella y tampoco que le fuera a servir de apoyo en los momentos de debilidad. Se la había jugado por ayudarla con lo de Benito pero no se arrepentía lo más mínimo. No quería ni pensar en el momento en el que sus caminos tuvieran que separarse. En poco tiempo se había ganado un lugar en su corazón y le iba a costar mucho despedirse de ella.

⋆★⋆

Ese ratito con Virginia le había sentado la mar de bien. No tenía ninguna necesidad, eran compañeras pero tampoco se conocían tanto, y a pesar de todo no había dudado en hacerle compañía. Seguía teniendo una sensación agridulce después del enfrentamiento con Luisa, pero había conseguido tranquilizarla y sin hacerle preguntas incómodas. Había respetado su silencio y era algo que valoraba muchísimo. Se notaba que Virginia era una buena chica.

Respecto a Luisa tenía claro que todo había terminado de romperse y que ya no tenía arreglo. Cada vez que recordaba sus palabras más rabia y pena a la vez le entraba. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? Se sentía hasta sucia por haberse acostado con ella. Esta vez había caído muy bajo, nunca se habría esperado que pudiera decir esas cosas tan degradantes e hirientes. La había dejado a la altura de un trozo de carne, como algo que usas y luego tiras cuando ya no te sirve, como si no fuera una persona con sentimientos. Era el mayor error que había cometido en su vida y no iba a permitir que le hiciera más daño. Aguantaría como fuera hasta que acabaran las prácticas, pero en cuanto terminara en la redacción no quería saber nada más de ella.

Entró en casa, dejó las llaves y vio el ramo de flores que le había traído ayer Hugo. Otro tema del que debía ocuparse urgentemente. Le tenía cariño, al fin y al cabo habían pasado mucho tiempo juntos desde pequeños, pero no el suficiente como para empezar una relación con él. Lo mejor era cortar aquello de raíz y no generarle falsas esperanzas.

— Hola, cariño, te estábamos esperando. — su madre la recibió con un abrazo.

— Perdón, es que ha surgido un contratiempo en la redacción y no podía dejarlo para más tarde. ¿Qué hay para comer?

— Tu plato favorito. — le sonrió cómplice y Amelia también lo hizo.

Antes de sentarse le dio un beso a su padre.

— ¿Cómo ha ido la vuelta a la rutina? — se interesó Tomás.

— Bien, con mucho trabajo, ya ves.

— ¿Y el ambiente?

— Ya está todo más calmado. Ha venido una chica a sustituir a Fede y parece que todo vuelve a la normalidad.

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