— ¿Llego a tiempo para comer? — preguntó poniendo cara de buena.
— Para ti siempre va a haber un plato en la mesa sea la hora que sea. — dijo con una sonrisa y fue a la cocina a servirle.
Luisa aprovechó y fue a su habitación para dejar sus cosas.
— Huele que alimenta. — cogió los cubiertos y un vaso de la platera para ahorrarle algo de trabajo. — ¿Cómo ha ido la mañana?
— Como siempre, aunque te he echado de menos por aquí. — le dejó el plato.
— Los padres de Amelia me pidieron que me quedara con ella, se han ido unos días de viaje y no querían dejarla sola. — se justificó porque se imaginaba lo que debía de estar pensando tras la llamada de la noche anterior.
— ¿Y qué tal?
— Bueno, mejor de lo que esperaba. — empezó a comer.
— ¿Habéis arreglado las cosas?
Demasiado.
— Estamos en ello. Poco a poco.
— Si es que ya sabía yo que Amelia entraría en razón. — le puso una mano en el antebrazo, con cariño. — Que una amistad así no se podía perder y menos por eso.
— Bueno, tampoco lance las campanas al vuelo que solo es un acercamiento. — se llevó otra cucharada a la boca.
— Solo un acercamiento que te ha devuelto las ganas de comer. — observó.
— Lo que me ha devuelto las ganas de comer es su buena mano en la cocina, Benigna. — rebatió. — Está buenísimo.
— Pues ha sobrado un poco más por si quieres repetir. — dijo al ver que ya estaba rebañando el plato. — ¿Te sirvo otro?
— Si insiste...
Benigna rio y fue a echarle lo que quedaba en la olla. No dio para un plato entero pero para Luisa fue más que suficiente.
— ¿Entonces te vas a quedar con ella el fin de semana?
— En principio sí. — bebió un poco. — Pero si me necesita para cualquier cosa solo tiene que avisarme.
— No, no, tranquila. Lo decía por si os apetecía venir aquí a comer, así no tenéis que cocinar. — propuso. — Ya sabes que no ando sobrada de comida pero me las puedo apañar para sacar un plato más.
— Yo se lo comentaré, aunque creo que lo mejor es que nos traigamos la comida ya hecha de su casa. La despensa de los Ledesma no lo notará y usted se podrá ahorrar nuestras raciones e ir más desahogada durante la semana.
Llamaron al timbre y Benigna saltó como un resorte para ir a abrir.
— Tú termínate eso, anda.
Luisita sonrió y unos segundos después vio volver a Benigna. Esta vez acompañada.
— Eh... hola, Amelia.
— Acabo de volver de comer con Mateo y he supuesto que estarías aquí.
— Puedes sentarte, no te quedes ahí de pie. — le pidió Benigna.
— Gracias. — dijo un poco tímida y le hizo caso.
— Ay, que todavía no he recogido los manteles. Qué despiste más tonto.
Cerró la puerta y las dos se miraron.
— ¿Soy yo o nos ha querido dejar solas a propósito? — colgó el bolso en la silla.
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