Capítulo 12: El trabajo

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— Adelante, como si estuvieras en la tuya. — le indicó la morena, dejando su bolso en el perchero del recibidor.

Luisa entró y empezó a observarlo todo a su alrededor. Era apabullante la diferencia que debía de haber entre esa casa y la de una familia de clase trabajadora. Se notaba desde que pisabas la entrada del edificio, con todas las escaleras acabadas en un mármol blanco impoluto, las barandillas de un color dorado bastante señorial y las puertas de madera maciza pintadas de negro que contrastaban con el mármol.

— ¿El baño?

— Al fondo del pasillo a la derecha. Voy mientras a la cocina, está justo ahí — le señaló.

— Vale, gracias — sonrió.

Luisa se fijó en la distribución de la casa. En ese mismo pasillo había otras dos puertas, que dedujo que serían habitaciones. Cuando Amelia desapareció, cerró la puerta del baño para que se escuchara el ruido y se acercó con sigilo a una de ellas. Si sus cálculos no fallaban, aquella debía de ser la habitación de Amelia porque ya la tenía ubicada por la posición de su ventana. La abrió con cuidado y, efectivamente, por el mobiliario tenía que ser la suya. No quiso mirar mucho más para no tardar más tiempo, sin embargo, le dio la sensación de que no se parecía en nada a ella. No lograba captar su esencia, podría pertenecer perfectamente a cualquier otra hija de padres adinerados. Era genérica, sin más.

De pronto le vino a la cabeza la imagen de su habitación, tal y como la dejó la última vez que estuvo en ella. Las paredes eran azul cielo, su padre se las pintó a su gusto, y estaban llenas de fotos. Fotos de flores, de mariposas, de libélulas... su madre se las encargaba a una amiga suya que era fotógrafa y las coloreaba a mano haciendo que parecieran reales. Era un lugar que transmitía paz y alegría, podía pasarse horas y horas allí metida montándose sus historias, relacionando unas fotos con otras aunque a simple vista no tuvieran nada en común. Llegó a la conclusión de que dos de las mariposas de las fotos eran hermanas gemelas y hasta creyó identificar a sus padres, que aparecían juntos en otra. En su cabeza acababa encontrando la manera de propiciar un reencuentro entre todas, dándole a aquella historia un final feliz. Qué inocente era por aquel entonces.

Los hijos solían dormir en habitaciones contiguas, por lo que tenía sentido que la de al lado se correspondiera con la habitación de su hermano. Había otro pasillo más allá de la cocina, que hacía esquina, pero consideró que por el momento ya había cotilleado lo suficiente, así que entró al baño, tiró de la cadena y abrió el grifo para lavarse las manos.

— Mi madre ha dejado algo de comida hecha, pero creo que no va a ser suficiente para las dos. — le dijo Amelia al verla entrar.

Si aquel plan no hubiera sido tan improvisado le habría dicho antes de salir por la mañana que hubiera dejado otra ración para Luisa.

— Eh... pues...

— ¿Qué te apetece? ¿Un filete de ternera con huevos fritos?

Luisa no se sorprendió de la naturalidad con la que le preguntó algo así, pero no pudo evitar pensar en lo cerca y a la vez tan lejos que estaban esos productos del alcance del resto de la población. La de maravillas que podría hacer Benigna si pudiera disponer de todo aquello en la despensa.

— Me da igual, me apaño con cualquier cosa.

— Pues eso mismo, entonces.

Amelia se dispuso a encender el fuego y por su manera de desenvolverse, Luisa intuyó que no estaba muy acostumbrada a cocinar. Su madre seguramente se lo hacía todo, no habría tocado una sartén ni una olla en su vida.

— ¿Necesitas ayuda?

— ¿Eh? — se giró. — Bueno, quizás...

— Anda, déjame a mí — dijo con una pequeña risa y agarró la sartén.

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