Capítulo 21: Movimientos

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Cerró la puerta del salón a sus espaldas y fue con Virginia hacia la entrada del piso.

— ¿Alguna novedad? — su compañera negó con la cabeza. — ¿Y el invitado?

— No ha dado problemas, estuvimos charlando un rato durante la cena y después se metió en la habitación. No creo que haya dormido mucho porque salió varias veces para ir al baño a refrescarse, supongo que sigue con el miedo de que en cualquier momento le descubran.

— Ya... bueno, nos vemos mañana a primera hora para hacer el relevo.

— Cualquier cosa me dices.

— Que sí. — le abrió. — Disfruta de tu día libre.

— Eso ni lo dudes. — dijo divertida. — Hasta mañana.

Echó la llave y volvió al salón donde seguía Benancio, sentado en el sofá mientras ojeaba unos periódicos viejos que se habían dejado los antiguos inquilinos. Luisa se acercó a la mesa, donde tenía la mochila, y sacó algo de ella.

— Le he traído algo para leer. — dijo ofreciéndole un libro que tenía ya algunos años.

— Gracias.

Y en cuanto vio la portada y el título no pudo disimular, se le iluminó la mirada de repente.

— Benigna me ha dicho que es uno de sus favoritos.

Se formó un silencio y esa ilusión fugaz se fue igual de rápido que había aparecido. Benancio apartó la vista del ejemplar y la fijó en Luisa, con una mezcla de temor y desconfianza al sentirse descubierto.

— Llevo en el hostal La Estrella desde que vine a Madrid. — explicó sin esperar a la evidente pregunta. — Benigna me ha hablado mucho de usted, hasta me enseñó fotos suyas. Le echa mucho de menos.

— Y yo a ella. — logró decir a duras penas, con un hilo de voz.

— También me pidió que investigara lo que le había sucedido, aún guarda la esperanza de volver a verle algún día. — Benito permaneció callado mientras le venían los recuerdos y las penurias de estos últimos años. — Ha sido toda una sorpresa coincidir con usted, leí su nombre en una de las listas de los fallecidos de la guerra.

— Le cambié la documentación a un compañero que ya había caído en combate, pensé que si me daban por muerto lo tendría más fácil para esconderme.

— Me alegro de que le saliera bien. — empezó a caminar despacio por la estancia. — No había conseguido reunir el valor suficiente para contárselo a Benigna, sabía que le iba a hacer mucho daño.

Otro pequeño silencio se interpuso entre los dos.

— ¿Cómo está?

— Tiene ratos mejores y ratos peores pero es una mujer muy fuerte, ha sido capaz de sacar el hostal adelante. — esa frase logró arrancarle una media sonrisa a Benito. — Y no ha perdido las ganas de ayudar a los demás.

— No ha cambiado entonces.

Luisa paró en secó, se quedó pensativa unos segundos y volvió a mirarle.

— Yo podría... apañármelas para que pudieran verse, pero no haré nada que usted no quiera. Si prefiere dejar las cosas como están respetaré su decisión. — aquella proposición inesperada le dejó descolocado. — No hace falta que me dé una respuesta ahora mismo, todavía le quedan unos días para pensárselo. — aclaró intuyendo que no era una decisión fácil y Benito acabó asintiendo con la cabeza. — ¿Ha desayunado?

— Tu compañera me ha ofrecido un poco de achicoria.

Rebuscó otra vez en la mochila.

— Le he traído unas pastas que me han sobrado del desayuno, cómaselas cuando le apetezcan. — se las dio envueltas en una servilleta. — A Benigna le salen buenísimas.

House of cardsWhere stories live. Discover now