Sonó el timbre y Benigna se secó las manos para ir a abrir la puerta.
— Pero bueno, qué agradable sorpresa. — dijo de primeras, hasta que se dio cuenta del estado en el que se encontraba.— ¿Qué ha pasado, muchacha? — se sacó corriendo un pañuelo para ofrecérselo.
— Toma, está limpio.
— Gracias... — se secó las lágrimas. — ¿Está Luisa? — dijo con un hilo de voz.
— Ha salido un momento a hacerme un recado... pero no le quedará mucho, entra a esperarla si quieres. — cerró la puerta. — Ven a la cocina, que por aquí puede pasar algún huésped.
Amelia la siguió y se sentó.
— Ahora mismo te preparo yo una infusión que ya verás que es mano de santo. — bajó al suelo un barreño que tenía encima de la mesa para dejarla libre.
— No se moleste, Beninga... siento haber interrumpido lo que estaba haciendo.
— Qué va si no era nada importante. Estaba enjuagando una camisa que me ha dejado Luisa que llevaba unas manchas de sangre y le he echado un poco de bicarbonato con vinagre a ver si salen. Yo espero que sí, que es un remedio que usaba mi abuela y le solía funcionar.
— ¿Sangre?
— Pero ella está bien, eh. Dice que le ha empezado a sangrar la nariz de repente, pero no es grave. Yo tenía un primo al que le pasaba mucho y cuando le llevamos a la casa de socorro nos dijeron que hay gente que es propensa a que le pase y que una vez que se corta la hemorragia ya no hay de qué preocuparse.
— Ah...
Escucharon la puerta.
— Mira, esa debe de ser ella.
— Menuda coliflor que le he conseguido, Benigna. Era la última que quedaba y por poco me la quita Gertru, pero he estado rápida. — entró dicharachera y de repente vio a la morena. — ¿Qué haces aquí?
Dejó la cesta que llevaba en el suelo en cuanto vio las intenciones de Amelia y le correspondió el abrazo.
— Es horrible... no tienen corazón...
Luisa empezó a pasarle la mano por la espalda para intentar calmarla, ajena al motivo de su desazón.
— Tómate esto que te sentará bien. — intervino de nuevo Benigna, dejando la infusión en la mesa.
— ¿Podemos ir a tu habitación? — le pidió a Luisa, sin terminar de romper el abrazo.
— Claro, tranquila... — fue a por la infusión. — Gracias, Benigna. Yo me ocupo de ella.
— Si necesitáis cualquier cosa ya sabéis.
Luisa le sonrió agradecida y acompañó a Amelia hasta su cuarto. La morena se sentó en la cama, aún con la respiración entrecortada por el llanto.
— Dale un trago.
Amelia le hizo caso y después sostuvo el vaso entre sus manos. Estaba caliente pero era soportable, y en cierta manera, a pesar de las fechas que eran, ese calor que emanaba del vaso le resultaba un poco reconfortante.
— A ver, cuéntame qué pasa. — se quedó en cuclillas junto a ella. — ¿Es por lo de esta tarde?
— No, no es eso, es...
— ¿Qué? — le acarició el brazo con cariño.
— Fede.
— ¿Fede?
Amelia suspiró profundamente, buscando recomponerse lo necesario para poder explicarse.
— Su madre ha podido ir a verle esta tarde, Sara le consiguió una visita.