Capítulo 50: El artículo

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Sonó el timbre y Benigna se secó las manos para ir a abrir la puerta.

— Pero bueno, qué agradable sorpresa. — dijo de primeras, hasta que se dio cuenta del estado en el que se encontraba.— ¿Qué ha pasado, muchacha? — se sacó corriendo un pañuelo para ofrecérselo.

— Toma, está limpio. 

— Gracias... — se secó las lágrimas. — ¿Está Luisa? — dijo con un hilo de voz.

— Ha salido un momento a hacerme un recado... pero no le quedará mucho, entra a esperarla si quieres. — cerró la puerta. — Ven a la cocina, que por aquí puede pasar algún huésped.

Amelia la siguió y se sentó.

— Ahora mismo te preparo yo una infusión que ya verás que es mano de santo. — bajó al suelo un barreño que tenía encima de la mesa para dejarla libre.

— No se moleste, Beninga... siento haber interrumpido lo que estaba haciendo.

— Qué va si no era nada importante. Estaba enjuagando una camisa que me ha dejado Luisa que llevaba unas manchas de sangre y le he echado un poco de bicarbonato con vinagre a ver si salen. Yo espero que sí, que es un remedio que usaba mi abuela y le solía funcionar.

— ¿Sangre?

— Pero ella está bien, eh. Dice que le ha empezado a sangrar la nariz de repente, pero no es grave. Yo tenía un primo al que le pasaba mucho y cuando le llevamos a la casa de socorro nos dijeron que hay gente que es propensa a que le pase y que una vez que se corta la hemorragia ya no hay de qué preocuparse.

— Ah...

Escucharon la puerta.

— Mira, esa debe de ser ella.

— Menuda coliflor que le he conseguido, Benigna. Era la última que quedaba y por poco me la quita Gertru, pero he estado rápida. — entró dicharachera y de repente vio a la morena. — ¿Qué haces aquí?

Dejó la cesta que llevaba en el suelo en cuanto vio las intenciones de Amelia y le correspondió el abrazo.

— Es horrible... no tienen corazón...

Luisa empezó a pasarle la mano por la espalda para intentar calmarla, ajena al motivo de su desazón.

— Tómate esto que te sentará bien. — intervino de nuevo Benigna, dejando la infusión en la mesa.

— ¿Podemos ir a tu habitación? — le pidió a Luisa, sin terminar de romper el abrazo.

— Claro, tranquila... — fue a por la infusión. — Gracias, Benigna. Yo me ocupo de ella.

— Si necesitáis cualquier cosa ya sabéis.

Luisa le sonrió agradecida y acompañó a Amelia hasta su cuarto. La morena se sentó en la cama, aún con la respiración entrecortada por el llanto.

— Dale un trago.

Amelia le hizo caso y después sostuvo el vaso entre sus manos. Estaba caliente pero era soportable, y en cierta manera, a pesar de las fechas que eran, ese calor que emanaba del vaso le resultaba un poco reconfortante.

— A ver, cuéntame qué pasa. — se quedó en cuclillas junto a ella. — ¿Es por lo de esta tarde?

— No, no es eso, es...

— ¿Qué? — le acarició el brazo con cariño.

— Fede.

— ¿Fede?

Amelia suspiró profundamente, buscando recomponerse lo necesario para poder explicarse.

— Su madre ha podido ir a verle esta tarde, Sara le consiguió una visita.

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