Capítulo 30: Estocada final

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Estaba claro que el plan perfecto no existía. Ya contemplaba que pudieran surgir contratiempos pero este en concreto no se lo veía venir. En Madrid debía de haber cientos de bares, ¿cómo iba a imaginarse que Amelia acabaría entrando justo a El Asturiano? Más que una posibilidad parecía una broma de mal gusto. Igual que Virginia había atado cabos, la morena podía hacer lo mismo y ese era el único motivo por el que le había contado la verdad a su compañera. No podía permitir que su familia la encontrara, si había cortado el contacto con ellos era precisamente para protegerlos. Confiaba en que Virginia pudiera evitarlo, pero una vez más estaba con las manos atadas y dependía de otros. 

Al día siguiente se levantó a la hora de siempre, desayunó con Benigna y salió a la plaza para ir a la redacción. No vio a Amelia por allí así que supuso que saldría más tarde para evitar coincidir con ella. Siguió con su rutina habitual y cogió el metro, que en cuestión de minutos la dejó a un par de calles andando de la redacción.

— Buenos días. — saludó a Jesús, que pasaba por allí.

— Buenísimos días. — dijo de buen humor.

— ¿Has podido descansar?

— Como un lirón he dormido. — sonrió. — Y ahora que está Sara vuelvo a mi carga de trabajo habitual.

— ¿La has visto hoy?

— Vino a primera hora a por la cámara y se fue a hacer fotos.

— Ah... bueno, me subo que habrá que trabajar.

— Por suerte o por desgracia, sí — bromeó. — Hasta luego.

— Adiós.

Subió las escaleras y cuando abrió la puerta allí estaba, en su mesa, con la máquina de escribir. Había supuesto mal y en vez de salir más tarde había salido antes que ella. Amelia la escuchó entrar pero ni siquiera levantó la vista para recibirla, así que Luisa fue hasta la otra mesa y se puso todo lo cómoda que pudo entre tanta incomodidad que se respiraba en el ambiente.

— Fuera puedes actuar como quieras pero aquí sigo siendo tu jefa. — rompió el silencio.— Al menos deberías mantener las formas.

La morena dejó de teclear y por fin se dignó a mirarla.

— Buenos días, jefa. — dijo con retintín y después siguió con lo que estaba haciendo.

— ¿Qué escribes?

— He visto que había cartas nuevas del consultorio y las estoy contestando.

— Vale. Cuando acabes con eso ve al archivo y busca los números de años anteriores sobre estas fechas.

— A sus órdenes, jefa.

Luisa intentó mantener la compostura y centrarse en lo que tenía pendiente, haciendo como si estuviera sola en ese despacho. Se puso con un esquema para estructurar uno de los artículos que tenía pensados para la semana siguiente pero no hubo manera de que le saliera algo decente y de la frustración acabó arrugando el papel con rabia. Suspiró y se sacó un cigarro del bolso.

— Voy un momento a la puerta, necesito despejarme. — informó.

Amelia no dijo nada, se limitó a seguirla con la mirada y paró con lo que estaba haciendo cuando la rubia cerró la puerta. Para ella tampoco estaba siendo fácil soportar esa situación, todavía dolía ver cómo había evolucionado su relación pero no había sido decisión suya. Si Luisa no se hubiera empeñado en imponer su criterio ahora no estarían así, lo de Fede no tenía por qué haberse interpuesto entre las dos.

— Hola, compañera. ¿Ya te estás escaqueando a estas horas?

Luisa, que estaba apoyada en la fachada, abrió los ojos y se la encontró de frente.

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