Capítulo 18: Preguntas y respuestas

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No quería que sus debates internos le quitaran la ilusión, prefería pensar en lo que le esperaba esa noche. Seguramente era el camino más fácil y menos recomendado, pero no quería bajarse de aquella nube. Todavía no. Era consciente de las consecuencias, Mateo se las había repetido mil veces, pero ya habría tiempo para enfrentarse a ellas más adelante. 

— Algo me dice que has tenido un buen día.

— ¿Qué? — preguntó algo despistada, ante lo que Devoción sonrió.

— Que la cara es el espejo del alma, hija. — Amelia la miró, aún sin comprenderla. — Digo yo que esa cara de felicidad se deberá a algo.

—Ah, eh... sí, es que nos han felicitado por la nueva sección del semanario. La hemos acabado hoy y va a quedar muy bien.

— Pues estoy deseando leerla. — le dijo orgullosa. — ¿Sale la semana que viene?

— Sí, te traeré el número para que lo tengas.

— Maravilloso, así los voy coleccionando todos. —la abrazó con cariño. — Hay que ver lo rápido que crecéis... parece que fue ayer cuando te tuve en mis brazos por primera vez y ahora ya eres toda una mujer. En cuanto me descuide te casas, te vas a vivir a otro sitio y me das nie-

—Bueno, bueno, que para eso queda todavía un tiempo. — no la dejó acabar. — ¿Está ya la comida? ¿Te ayudo con algo?

— Sí, la he dejado en el fuego para que no se enfríe mientras esperamos a tu padre.

— ¿Dónde está?

— Tenía que hacer unos recados esta mañana con Hugo, se habrán entretenido por ahí.

— Ah...

— Podemos picar algo y así hacemos tiempo, ¿te apetecen unas aceitunas? — dijo guiñándole un ojo porque sabía lo mucho que le gustaban.

Se sentaron en la zona de tomar café y estuvieron charlando un buen rato. Amelia más que hablar escuchaba porque le encantaba ver ese brillo en los ojos que se le ponía a su madre cuando hablaba de sus cosas. No coincidían mucho en gustos pero sabía que momentos como esos suponían una pequeña liberación para ella, así que la dejaba desahogarse a gusto.

Devoción estaba acostumbrada a permanecer en un segundo plano, a colocarse a la sombra de Tomás como mandaban los cánones y más aún en aquellos ambientes por los que solían moverse. Alguna que otra vez habían hablado sobre ese tema, incluso Amelia le había llegado a sugerir que se hiciera oír más, pero siempre recibía la misma respuesta: "Hija mía, los protagonistas de los cuadros no solo llaman la atención por su presencia, también lo hacen porque tienen un buen fondo que les hace destacar.". Era su manera de encontrarse una función dentro de aquel mundo tan desigual e injusto. 

Podía llegar a entender su postura pero no la compartía en absoluto. Su madre tenía la capacidad suficiente como para aspirar a mucho más que ayudar a su padre a proyectar una buena imagen de cara a la galería, estaba segura de que tenía luz de sobra para brillar por sí misma. Y no era realmente una cuestión de edad, porque sucedía lo mismo con muchas de las hijas de altos cargos del ejército con las que había coincidido. Se conformaban con encontrar un marido al que hacer feliz y acababan sacrificando con ello su futuro y sus aspiraciones. A ella le resultaba imposible identificarse con esa forma de vida, a pesar de haberse criado rodeada de ella. Puede que por eso mismo, porque había visto en primera persona lo que suponía y conocía de sobra sus desventajas.

— ¿Dirías que lo tuyo con papá fue un flechazo?

— Yo creo que sí. Desde que le vi por primera vez me llamó la atención, bueno, a mí y al resto de chicas del barrio. — recordó con nostalgia. — Me acuerdo que estaba de ayudante de un capitán del ejército muy importante e iba de lo más formal con su uniforme y su gorro, impecable. Siempre nos saludaba cuando nos veía por la plaza, la mar de educado. A mí me parecía inalcanzable, tenía el porte de uno de esos galanes de película y yo no era más que una simple costurera.

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