Capítulo 46: Luisita Ortiz

270 31 12
                                    

— Papá, estamos igual de bien que ayer cuando llamaste. — dijo mirando a Luisa mientras negaba con la cabeza. — ¿Cómo te lo voy a decir por decir? — se puso a jugar con el cable del teléfono. — Que no te miento, no te preocupes... — sonrió porque notó que Luisa la abrazaba por detrás. — Sí, para cuando llegues estaré en casa... — su padre siguió hablando pero no fue capaz de concentrarse por culpa de unos besos que empezaron en el hombro y fueron subiendo hasta el cuello. — Venga, no me des más conversación y disfruta de las vacaciones. Muchos besos para mamá. Adiós, adiós. — colgó. — ¿Estás loca?

— Tú eres la responsable.

Amelia se giró para que quedaran cara a cara.

— ¿Yo? — preguntó divertida.

— Ya estás poniendo cara de niña inocente que no ha roto un plato en su vida. — la rodeó por la cintura.

— Bueno, es que no he roto ninguno.

— ¿Seguro?

— Me puedes acusar de quemar tostadas pero de eso no.

Luisa sonrió y le agarró la cara para darle un beso.

— ¿Qué se contaba tu padre?

— Lo de siempre. Preguntar si todo iba bien y recordarme que mañana vienen después de comer.

— ¿No les echas de menos o qué? — preguntó al notar su falta de entusiasmo.

— A quien voy a echar de menos es a ti.

— Ni que me fuera a algún lado.

— Ya sabes a lo que me refiero.

— Bueno, ya encontraremos la manera de pasar ratos a solas. — le cogió la manos. — Antes lo hacíamos, ¿no?

— Ya, pero... ahora no me basta con quedar contigo en un hotel un par de días a la semana. — confesó.

Ahora sabía lo que era dormirse abrazada a ella, lo que era despertar y que su cara fuera lo primero que veía, lo que suponía desayunar, comer y cenar juntas mientras hablaban de sus cosas... se había acostumbrado demasiado rápido y todo lo que no fuera vivir aquello cada día le iba a parecer una auténtica tortura.

— No pienses en eso ahora. Todavía tenemos tiempo, vamos a aprovecharlo. — le acarició la mejilla con el pulgar.

Ojalá te hubiera conocido antes.

Amelia la besó despacio, como si el reloj fuera a correr a la misma velocidad que sus movimientos. Luego se quedaron frente con frente y con una sonrisa de oreja a oreja.

— Sabía que llevaba razón.

— ¿Con que?

— Cuando te dije que no eres una creída y una rompecorazones. — le apartó el pelo de la cara y se lo puso detrás de la oreja. — Estos días me has demostrado que estás hecha toda una romántica.

— Bueno, tampoco te pases...

— ¿Por qué te molesta? Si no es algo malo. — insistió. — A mí me encanta que seas cariñosa conmigo.

— Bueno... — miró hacia el suelo, tímida.

— Lo que no sé es por qué te empeñas en ser alguien que no eres.

— Pensaba que te gustaba esa Luisa. — desvió ligeramente el tema.

— Esa Luisa está bien para un rato, pero me gusta mucho más la de verdad. — le sonrió... y Luisa también lo hizo.

Llevaba muchos años perdida, sin saber ya quién era ni cuál era su sitio, pero por primera vez después de tanto tiempo, se sentía más ella misma que nunca. En ese momento, delante de Amelia no estaba Luisa Gómez, sino Luisita Ortiz.

House of cardsWhere stories live. Discover now