Capítulo 38: Tercas

288 40 5
                                    


— ¿No te quedas a desayunar conmigo?

— No tengo mucha hambre... creo que voy a salir a dar un paseo.

Benigna la miró apenada pero no insistió más, solo fue hasta ella y le dio un abrazo.

— Te espero para comer, ¿no? — Luisa asintió con una media sonrisa para tranquilizarla. — Bueno... ve con cuidado.

Llevaba ya un rato notando una presencia detrás. Alguien la estaba siguiendo y le parecía ridículo seguir haciendo como que no se estaba dando cuenta así que decidió hacerle frente. Se dirigió a un sitio en el que hubiera menos afluencia de gente, suponiendo que la seguiría hasta allí, y cuando vio que entraba en su juego se dio la vuelta.

— Deberías practicar más, he notado que me seguías desde hace un cuarto de hora.

— Déjate de tonterías. Sé perfectamente lo que has hecho y lo vas a pagar.

— No sé de qué me hablas. — se cruzó de brazos. — Vas a tener que refrescarme la memoria.

— Has entrado en mi casa y me has robado.

— Eso es una acusación muy grave... tendrás pruebas, ¿no?

— Te crees muy lista, ¿verdad? — Luisa sonrió con chulería. — Pues que sepas que esto no se va a quedar así.

— Vaya... otra advertencia. — dijo divertida. — Ahora que no puedes chantajearme, ¿qué vas a hacer? ¿quitarme de en medio si me acerco a Amelia? — Hugo tenía la mirada de un perro de presa a punto de atacar. — Igual tendrías que usar esas energías en encontrar un trabajo, las deudas no se van a pagar solas.

— ¿De qué estás hablando?

— Vamos, Hugo... que estamos en confianza ya. Es evidente que lo que te interesa de los Ledesma es su dinero porque estás al borde de la bancarrota. Las casas de apuestas de Madrid ya te conocen de sobra y no precisamente por lo bien que juegas.

No había mucha gente pero no estaban solos, sabía que no le interesaba llamar la atención y que en medio de la calle no haría nada, así que aprovechó para desahogarse.

— Voy a acabar contigo. Igual hoy no, mañana a lo mejor tampoco... pero llegará el día en el que tengas lo que te mereces.

— Pues espero que ese día al menos me pille presentable. — bromeó como si nada y se echó mano al bolsillo. — Anda, toma, cinco pesetas para que puedas empezar a ahorrar y tus amiguitos de partida no te rompan las piernas cuando menos te lo esperes.

Hugo tiró la moneda al suelo y acortó distancias.

— ¿Me vas a pegar? — sonrió al ver que le tenía atado de pies y manos. — Deja de hacer el ridículo, hagas lo que hagas Amelia no te va a querer nunca.

— No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer.

— Creo que el que no es consciente de con quién está hablando eres tú. — le miró desafiante, poniéndose ya seria. — No me das ningún miedo, así que te puedes meter tus advertencias por donde te quepan.

Decidió dar la conversación por terminada y se fue por donde había venido.

Hugo resopló furioso cuando la vio doblar la esquina y se dispuso también a irse pero alguien le paró.

— Buenas tardes. No nos conocemos, ¿verdad?

— Eh... no.

— Soy Sara. — le dijo con una sonrisa.

⋆★⋆

— Puede que haya una manera de visitar a Fede. — Mateo la miró esperando a que siguiera. — El viernes comí con Sara, la nueva fotógrafa de la redacción, y estuvimos hablando de él pero que conste que fue ella la que me sacó el tema.

House of cardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora