Capítulo 26: Espacio

368 36 3
                                    

Durante esa noche de insomnio llegó a la conclusión de que seguir lamentándose no le iba a servir de nada. Tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros y se había prometido a sí misma no desperdiciar la oportunidad. Si Amelia seguía en sus trece tendría que buscar otra vía para conseguir lo que buscaba, la misión estaba por encima de las dos y la iba a sacar adelante con o sin su ayuda.

Desayunó con Benigna y luego fue a dar un paseo para despejarse. Cuando salió a la plaza levantó la vista hacia la ventana de Amelia sin darse cuenta, como si todo siguiera como siempre. Sacudió la cabeza y empezó a andar, tenía que dejar de pensar en ella y centrarse en el motivo por el que estaba de vuelta en Madrid. Acabó sentada en un banco del parque del Retiro, observando a la gente deambular a un lado y a otro. Le gustaba imaginarse las posibles vidas de esas personas que entraban en su campo de visión tan solo unos segundos y a las que probablemente no volvería a ver jamás. ¿Cuáles eran sus preocupaciones? ¿Qué les hacía felices? ¿Cómo habían llegado a coincidir con ella en el mismo espacio y tiempo? Estuvo un rato perdida en ese mar de preguntas hasta que el sol se volvió molesto y decidió irse. Por el camino pasó por al lado del estanque e inevitablemente le recordó al lago.

— Aunque intentes disimular se te nota.

— ¿Yo disimular? ¿El qué?

— Como realmente eres. A mí también se me da bien calar a la gente, a ver si te piensas que eres la única.

— ¿Crees que estoy fingiendo?

— Un poco. En el fondo eres una blanda.

No, Amelia no tenía razón. Iba a ser capaz de mantener la cabeza fría. Ya se había dejado llevar más de la cuenta esas últimas semanas y no estaba dispuesta a cometer los mismos errores.

— Tienes que hacerme un favor.

— A ver... porque tus favores ya me los conozco yo.

— Ya es hora de que vayas superando lo del paquete, eh, que no te pasó nada. — agarró el tenedor.

— Pero el susto no me lo quitó nadie.

Luisa rodó los ojos y acabó de comer.

— Necesito que te encargues de Amelia.

— ¿Qué?

— Hazte su amiga y vigila sus movimientos. ¿Crees que podrás?

Virginia frunció el ceño.

— ¿Y por qué no sigues haciéndolo tú? ¿Es... por lo que te dije?

— No sé a que te refieres. — su compañera negó con la cabeza ante su enésimo intento de hacer como que esa conversación nunca existió. — Te lo estoy pidiendo porque a mí no quiere ni verme.

— ¿Qué le has hecho?

— Solo he intentado que no se meta en problemas. — Virginia le mantuvo la mirada, esperando una explicación, y Luisa bebió antes de continuar. — Está segura de que alguien le ha tendido una trampa a Fede y quiere descubrir quién ha sido.

— Bueno... razón no le falta. Sabemos que hay un topo.

— Ya, pero eso es cosa nuestra. Ella no tiene por qué meterse en este asunto y ya se ha pasado de la raya.

— ¿Por?

— La otra noche la pillé haciendo copias en la redacción pidiendo la libertad de Fede. — se encendió un cigarro. — No me quedó más remedio que rompérselas.

— ¿No crees que te pasaste un poco?

— ¿Qué querías que hiciera? ¿Sabes lo que podría haber pasado de haberse descubierto que esas copias se hicieron allí?

House of cardsWhere stories live. Discover now