Capítulo 8: Sincerarse

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Echó un vistazo rápido en la despensa para ver lo que había traído Virginia y volvió al salón.

- Con esto tendremos suficiente para un par de semanas. Gran trabajo.

- Gracias, supongo.

- Te esperabas otro tipo de encargo – afirmó por el escaso entusiasmo que había percibido en sus palabras.

- Pues sí – reconoció. – Cuando me advertiste del peligro que suponía involucrarse en esta misión lo último que me imaginé era que tendría que llenarte la despensa.

- Llenarnos – le corrigió. – Y en estos tiempos almacenar comida se podría considerar una operación de alto riesgo – bromeó y se sentó en el hueco libre que Virginia había dejado en el sofá. - ¿Dónde la has conseguido?

- Una tienda de por aquí cerca hace estraperlo – pudo ver las dudas en su mirada. – Ya he comprado ahí otras veces y es de confianza, no te preocupes.

- ¿Seguro?

- Que sí. ¿Qué pasa? ¿No te fías de mí?

- ¿Quién lleva la tienda?

Virginia puso los ojos en blanco al no recibir respuesta.

- Una señora que se llama Maica, aunque el que suele atender es su hijo Fabián. Hacen estraperlo por necesidad, son gente humilde que no quiere meterse en problemas.

- Bien – asintió ligeramente y se dispuso a encenderse un cigarro. - ¿Quieres?

- Ya sabes que no me gusta.

- Qué sosa – dijo antes de darle una calada. – Bueno, ¿qué te parece la casa? Que no me has comentado nada – se acomodó aún más en el sofá.

- He estado en sitio mucho peores.

- Sí, está bastante bien – corroboró satisfecha.

- ¿Por qué no te has conseguido algo así para ti?

- Me gusta el hostal. – dijo sin más, encogiéndose de hombros.

- Pero hay menos intimidad, ¿y si descubren algo?

- No van a descubrir nada, me he encargado de trasladar todo el material que pueda comprometernos a este piso.

- ¿Y donde está?

- A buen recaudo. – volvió a fumar.

- Vamos, que no me lo quieres decir.

- ¿Quieres verlo? – Virginia asintió convencida.

- De acuerdo – se levantó del sofá. – Sígueme.

Atravesaron el pasillo y entraron a una de las habitaciones. Una cama, una pequeña mesilla y un armario que había dejado ya atrás sus días de gloria fueron todo lo que encontraron allí. Luisa apagó el cigarro, fue directamente al armario sin titubear y lo abrió bajo la atenta mirada de su compañera, la cual se sorprendió cuando la vio meterse dentro y desaparecer.

- ¿Pasas o no? – la escuchó preguntar.

Virginia se agachó e imitó su gesto, atravesando el armario y llegando a otra sala mucho más pequeña, prácticamente un zulo, que contaba con una estantería repleta de libros y un humilde escritorio con una triste silla.

- ¿Qué es este sitio?

- Nuestro despacho. ¿No te gusta? – preguntó divertida. – Lo sé, lo sé. Debería haber una silla más. Créeme que lo intenté pero era o la silla o que pudieran entrar dos personas. Tuve que elegir.

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