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Sus ojos me miraban temerosos pero con curiosidad, su expresión dio un giro para reflejar la incomodidad de mis dedos pasando por encima de su herida. Me coloqué sobre mis rodillas para tener un mejor panorama del escenario, tomé un pañuelo y me dispuse a pasarlo delicadamente sobre su piel.

-Disculpa, querida, esto si te va a doler un poco más.- saqué una pequeña pero afilada aguja de un estuche. Necesitaba puntos para cerrar la herida. -Te frote analgésico en el área pero comprenderé si necesitas expresar tu dolor, daré inicio.- su rostro de angustia paso a sus movimientos corporales.

Al atravesar la aguja en su delgada piel, no sentía nada, pareciera como si estuviera atravesando una tela, de no ser por los gritos que propinó por cada punto hubiera terminado antes mi labor. Me limité enteramente a no mirarla, y enfocar mi vista hacia abajo. Ya que al elevar su pie un poco para mejor vista, la corta toalla que intentaba cubrir partes íntimamente esenciales de su cuerpo se movía intrepidamente. La curiosidad de ver que había debajo me carcomia y debía guardar la compostura lo más profesional que pudiera, pero se me estaba complicando. Guardé mis herramientas y un pequeño recuerdo cruzó por mi mente, algo útil para evitar que mis miradas furtivas tuvieran más intriga. Al levantarme me acerqué al pequeño armario cerca de la chimenea, y si mis recuerdos no me traicionaban parecían tener la misma complexión y tamaño, volví con el camisón de dormir de mi madre en mis manos. Cuando se lo entregué su rostro confundido miró la tela y luego a mi en repetidas ocasiones.

-Vamos querida debes estar exhausta de usar esa toalla por todos lados, puedes usar esto.- lo contempló de arriba a abajo mientras yo me limitaba a sonreir.- tranquila, cariño, a la dueña no le importará, además no puede usarlo, ven te ayudo a llegar al tocador, ahí podrás cambiarte .- le ofrecí mi brazo de apoyo para encaminarla.

Al estar ella a salvo dentro, cerré la puerta para darle la privacidad adecuada pero mi sombra de inmediato se poso sobre la madera de la puerta, viéndome fijamente con una mirada pícara y un sonrisa comilluda traviesa. Volteando a ver la perilla, invitándome a abrirla y cometer algo indebido. Yo solo resople con una sonrisa y caminé en dirección opuesta, ignorando el canto de la tentación y la burla de mi insolente compañero. Pero mi huida se vio interrumpida cuando la puerta se abrió de golpe mostrando a la señorita ________ con pánico en el semblante.

- ¿Qué sucede, linda?.- pregunté angustiado

- Tengo... miedo.- dijo pausadamente, pero su siguiente frase me dejó algo atónito. - ¿Podrías acompañarme?.- la piel de su rostro se tornó de un color rosado en el área de las mejillas y la punta de las orejas, "Debería temernos a nosotros" dijo riendo la voz en mi cabeza. Solté una carcajada por la ironía de ambas voces pero mis nervios flaquearon en ese instante, no podría contenerme mucho si veía su deliciosa piel al descubierto de nuevo.

- Querida, no... no es...digo tal vez... quizá...pero y si...- sabía que quería pero al vez era una decisión difícil, que hacer o no hacer, he ahí el dilema aclamado, cubrí mi rostro con una mano, no quería que alcanzará a notar alguna pisca de entusiasmo a lo que sea que saliera de mi boca, pero ella contesto ágilmente.

-Alastor, ¿podrías estar en el mismo cuarto que yo mientras me cambio pero con los ojos vendados?.- dijo con una sonrisa dulce, avergonzada e inocente, me limité a suspirar por tanto encanto de su parte y aceptar.

Nos adentramos en el baño de nuevo y cerré la puerta detrás de mí, al girarme afloje la corbata que traía puesta alrededor del cuello lentamente y la coloque en sus delicadas manos.

-¿para qué es esto?.- preguntó muy confundida

-Para vendarme los ojos, dulzura, solo tú te asegurarás de que no vea nada.- dije riendo bajo mientras me inclinaba hacia ella, acerqué mi rostro al suyo con los ojos cerrados mientras tenía las manos en la espalda. Esperando algún acercamiento furtivo de su parte.

La ÚltimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora