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Ya pasaron 3 días y no me ha llamado, comenzaba a desanimarme por eso, así que agradecí el tener muchos paquetes que entregar ese día. Lo escuchaba en la radio y el seguía igual, tan encantador como siempre, lo cual me irritó un poco y apague la radio. Termine mis entregas en silencio y me dirigí a casa, al llegar el dueño de la tienda ya estaba cerrando, nos saludamos cordialmente y entre al departamento cerrando la puerta detrás mío. No habían pasado ni 2 minutos cuando alguien llamaba por teléfono, lo levanté y contesté.

-¿Bueno?.- dije esperando una respuesta.

-Muy buenas tardes tenga usted, ¿se encuentra la señorita _____?.- reconocería esa voz donde fuera.

-Si, ella habla.- dije lo más apacible que pude.

-Hola, querida, disculpa mi rudeza al no llamar antes, no tengo excusa ante tal osadía y me gustaría externar mis disculpas incitandola a aceptar una cena conmigo el día de hoy, ¿qué opina?.- su entusiasmo era contagioso y en verdad quería verlo.

-Su invitación y disculpa quedan aceptadas, caballero.- dije riendo un poco.

Me pidió mi dirección para recogerme y llegar juntos al restaurante pero yo no quería que viera dónde vivo después de ver su casa, por lo que di la opción de encontrarnos en la entrada, a la cual aceptó a regañadientes.

Cuando llegué a la dirección, me percaté que era un restaurante donde había pista de baile, esto me puso nerviosa ya que nunca en mi vida he bailado. Aunque disfruto de la música de jazz, gospel y swing no soy diestra en el baile. Alastor ya estaba en la entrada esperándome, me acerqué a él y me dio su brazo para entrar juntos.
La música y baile predominaban el lugar, fantásticos bailarines, la banda con un ritmo sin igual, era un lugar fantástico. Nos sentamos en una mesa y Alastor pidió, por los dos, la cena sin ver la carta o preguntarme.

- Espero te guste el Jambalaya, el que sirven aquí es el mejor de toda la ciudad.- dijo sonriendome.

-En realidad si me gusta mucho, pero veamos los gustos que tienes.- sonreír con el era muy fácil, pero mi sonrisa se borró cuando el se levantó y tendió su mano hacia mí.

-¿Me permite esta pieza, señorita?.- mi mano se acercó a la de él, pero la retiré rápidamente y la escondí en mi pecho.

-¿Qué ocurre?.- dijo el desconcertado por mi acción.

-No se bailar.- me ruborice por la confesión, y mire hacia mis pies.

Se agachó un poco, estiró su brazo hacia mi, deslizó su dedo índice bajo mi barbilla y levantó mi mentón lentamente, haciéndome mirarlo directo a los ojos. Sus ojos brillaban con un matiz rojizo por las luces del lugar.

-Tu desconocimiento no es excusa para no bailar conmigo, yo te enseñaré ya que soy un excelente bailarín nato.- sonrio pícaramente, tomó mi mano, se enderezó y jalo de mi para arrastrarme a la pista de baile.

Una vez ahí, me tomo de ambas manos me acerco a su cuerpo para quedar unos pocos centímetros entre ambos y me susurro al oído.

-Sígueme, solo déjate llevar por mis manos y la música.- se alejó un poco y empezó a mover los pies al compás de la música.

Me alejé un poco para poder ver sus pies mientras el movía mis manos para guiarme, después de varios intentos pude seguirle el paso y el baile fue más fluido, sus manos me decían hacia donde ir y cuando girar. Creí que sería más complicado ¿porqué no lo habré intentado antes?. En una sola canción pude aprender lo básico de este tipo de música y fue excelente, él si era un bailarín nato.

Después de 2 canciones regresamos a nuestra mesa y la comida ya estaba servida; mientras cenabamos platicamos del porqué él bailaba muy bien y yo no. Terminando de cenar se levantó de la mesa y se dirigió al escenario mientras yo lo veía confundida.

La ÚltimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora