LVI

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Agarro mi rodilla con fuerza.

Las lágrimas llenan mi rostro, no hago nada por detenerlas.

Cierro mis ojos con fuerza, con la esperanza que haga desaparecer el dolor.

-Duele...duele...-sollozo. Creo que nunca había experimentado tanto dolor. Desde el momento que el mango del arma impactó con mi rodilla en un golpe seco, el dolor solo intensificaba.

Podía sentir su mirada; él estaba parado ahí, sin moverse, como una estatua. No decía nada, no se atrevía a soltar palabra. Cobarde, cobarde, cobarde...

-Te odio...-susurre aún llorando- Te odio tanto...

Ya no me interesaba si me escuchaba, no me interesaba si se molestaba, el dolor no dejaba espacio para arrepentimientos ni conciencia, había perdido todo.

Y lo peor de todo es que no puedo escapar, no puedo alejarme, ni siquiera sé si puedo levantarme y caminar.

Ahora si no tengo escapatoria.

Un sollozo roto salió de mi, un vacío se adueñó en mi pecho.

No hay esperanza.

De repente siento unos brazos por debajo de mi piernas y espalda. Grito.

-¡No! -grito sin soltar mi rodilla, trato de moverme para que me suelte- ¡Déjame!

Él no dijo nada, está en silencio.

-Suéltame, por favor...-pido en un susurro. Cierro mis ojos de nuevo- No me toques...

Él comienza a caminar sin prestarme atención.

Escucho cada paso que queda, como las ramas crujen bajo sus pies. Su respiración nerviosa incomoda mis oídos y sus latidos desenfrenados los siento en mi cuerpo. Quiero que se aparte de mí, prefiero que me deje en el suelo.

Él gruñe al tratar de abrir la puerta mientras me tiene entre sus brazos. No quiero ni pensar lo que sucederá cuando estemos encerrados de nuevo.

Siento como los sonidos de las ramas crujiendo bajos sus pies, son reemplazados con el chillido de la madera. Un golpe seco, cerró la puerta.

Siento que debería estar preocupada, siento que debería hacer algo para evitar lo que sea que va a ocurrir; sin embargo, estoy tan enfocada en el dolor en mi rodilla que la idea de que tal vez él haga algo peor no se me pasa por la cabeza.

Abro mis ojos al sentir una superficie suave, estamos en la sala. Michael no se encuentra por ninguna parte, ni siquiera me di cuenta que me había dejado sola en el sofá. Llevo mis manos a mi rostro y aparto las lágrimas, me siento tan estúpida, tan inservible.

Respiro hondo y miro a mi alrededor, no escucho a Michael. Llevo mis brazos al respaldo del sofá y me volteo para intentar levantarme. Trato de ponerme de pie, pero al afincar la pierna lastimada, no me puedo contener y ahogo un grito. Vuelvo a sentarme en el sofá, no puedo caminar.

De repente escucho los pasos de Michael, trato de controlar mi respiración nerviosa y tomo uno de los cojines con fuerza. Aprieto mi mandíbula, el dolor no ha mejorado.

Cuando Michael entra a la sala, bajo mi cabeza para no verlo, no quiero hacerlo. Sus pasos me hacen saber que se está acercando. Veo sus zapatos y luego como se arrodilla ante mí, coloca en el suelo una caja plástica blanca, parece de primeros auxilios.

No dice nada, el silencio es tenebroso, el ambiente tenso, me siento como en una película de terror. Por primera vez me pone nerviosa que Michael no diga nada.

Suelto un quejido cuando toma mi pierna lastimada con fuerza, veo como su cuerpo se tensa pero no dice nada. Después de tomarla saca un vendaje blanco de la caja y también una especie de baranda de madera. Coloca una madera a cada lado de mi rodilla y luego rodea con el vendaje, queda apretado.

ContigoWhere stories live. Discover now