3. El libro

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Capítulo III

El libro

Abro la lacena para sacar el saco de comida para gatos. Sin dilación, Amaranta se viene como flecha hasta donde estoy al ver la movida familiar. No deja de maullar de regocijo hasta que inserto una buena porción de croquetas en la vasija. Me da las gracias con un terso y apresurado meow, antes de sentarse a comer. Lavo la otra vasija de acero para cambiarle el agua y le rasco la cabeza disfrutando unos instantes verla engullir. Me encanta el sonido que emerge de entre los dientes cuando su mandíbula parte las croquetas en dos. No se va a despegar de ahí hasta habérselo acabado todo.

Las piernas me tiemblan de frío al momento que noto la humedad del agua de lluvia en la falda. Me llevo las manos hacia atrás, deslizando el cierre hasta abajo para sacármela. Voy hasta la lavadora detrás de una angosta puertecilla, abro la tapa y vierto el feo arapo ahí dentro. Ojalá y me olvide de lavarla para no tener que ponérmela la semana entrante.

Mi barriga comienza a rechistar tan sonoramente que me llevo la mano hasta ahí para tranquilizarla. Descalza y en panties me dirijo al refrigerador a ver qué consigo. A mi apetito le llama la atención un envase de yogurt griego con fresas y moras. Vuelco lo que resta del recipiente dentro de una taza grande en donde normalmente bebo el té. Agarro cereal de avena con nueces de la despensa y saco una cuchara de la gaveta echándome a montones.
El hambre que me da a esta hora es un tema que a mis padres les deleita platicar.

Revuelvo todo y enciendo la tele ubicada debajo de una de las alacenas aéreas. El canal de noticas comenta la novedad sobre un volcán que hizo erupción en una ciudad de Tailandia hace dos días. Al parecer el cráter cumplía un siglo de estar inactivo la semana entrante. Gracias a Dios que quedaba dentro de una isla deshabitada y no mató a nadie. Esto de la activación de volcanes ha sido recurrente en varias zonas del mundo en lo que va de año.

¿Tendrá eso que ver con el cambio climático? ¿O es que la naturaleza está bien harta de todos nosotros y desea quedarse completamente sola en el mundo?

Me pavoneo de la cocina a mi mueble predilecto color marrón de piel vieja y aterciopelada que se haya en la sala. Me le echo encima estirando el cuello hacia atrás y luego para los lados. Giro sobre este cambiando la vista que tengo del comedor por el paisaje de afuera que nítidamente se percibe a través de las ventanas tamaño pared. Observo estremecerse entre la brisa y los hilos de lluvia las copas de los árboles verde con ocre al otro lado de la calle. La ciudad queda oculta ante el temporal y la particular visión distorsionada de las 6:30 de la tarde. Me llega un olor a petricor que brota sobre la cuesta montañosa. Percato lo nítido de la vista, cual imagen de fondo de pantalla de alta resolución para computador.

Cojo la manta doblada del reposabrazos del mueble. La desdoblo y me la echo encima sacando las manos para continuar engulléndome la merienda.

Pienso en mamá, en papá y en los gemelos. Papá ya debe de haber arribado a casa. Me lo imagino paseándose por la cocina y cogiéndose algo de la nevera. Queso, ¿tal vez? De seguro tiene puesto algún programa de futbol en la tele. A mamá, por otro lado, la visualizo recogiendo a los gemes de alguna clase extracurricular: tenis, futbol, natación y vaya usted a saber qué más. No creo conocer a un par de muchachotes más enérgicos que Mauro y Mario. Desde que llegaron a este mundo a mis seis años, nuestras vidas experimentaron un soplo de adrenalina al cien por ciento que se quedaría para siempre, porque después de trece años siguen siendo los mismos imparables, enérgicos y traviesos de siempre.

Deposito la taza vacía en la doble mesita de madera que tengo a mi lado y me dispongo a enrollarme con la manta. Estiro la mano por debajo de la mesa para tantear algún libro que a mis dedos les llame la atención.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now