30. Hurto

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Capítulo XXX

Hurto

De camino a casa me pregunta por mis gustos musicales, también los libros que he leído, evadiendo al actual. Los géneros de películas que más me agradan, los países que he visitado y a los que quisiera ir. Se afinca más en esta última al indagar cuál de los cinco continentes del planeta se me hace más atractivo; a lo cual me cuesta responderle porque nunca lo había considerado. Si prefiero la playa, el campo o la montaña, el día o la noche, la lluvia o el sol. Si me gusta la nieve, las tormentas, las noches despejadas o brumosas. Ya para cuando me estoy preparando para devolverle todas esas preguntas a él, más otras que tengo en mente hemos arribado.

Me da la impresión de que la encuesta que me ha hecho calzaba a la medida con el cálculo del tiempo que nos tardaríamos en trasladarnos desde el club hasta mi casa.

No sé si estoy tiritando del frío o por alguna otra razón, en tanto voy caminando por el rústico suelo hasta la entrada principal de mi edificio, con él a dos pasos detrás de mí. Lo único que pido es que mis piernas no vayan a flaquear y me lleven sin problemas hasta la puerta de rejas.

Parece que el estar a punto de finalizar esta velada me produce unas ansias terribles, o tal vez deba reconocer, de una vez por todas, que vivo enferma de los nervios desde que lo conocí.

Me detengo para extraer las llaves de la cartera, sabiendo que no estoy preparada aun para despedirme de él.

—Mañana me iré de viaje a un par de ciudades.

Y ya está. Eso es. Todo ha llegado a su fin. Este debe ser el momento en el que me despido de él para siempre. Es una buena estrategia para emplear cuando tiene que deshacerse de alguien. Es un artista ¿Quién puede cuestionarle lo de si se va de viaje de veras o no? Su estilo de vida y su trabajo lo mantienen ocupado la mayor parte del tiempo. Le deben sobrar los viajes, las presentaciones, las entrevistas, las chicas... Es inevitable no dejar salir a flote a la vieja Antonella en estos momentos.

—Estaré de vuelta en unos días —añade a los segundos, haciendo que mi desilusión de un repentino vuelco.

—¿Darás conciertos los próximos días en esos lugares a los que viajarás? —trato de que mi tono de voz suene lo más neutral posible. Cero emociones.

—No, pero daremos uno aquí este viernes, en la ciudad. Quiero que vengas conmigo.

Así de sopetón y porrazo puede transformar mi estado de ánimo. Abro los ojos ante la imprevista invitación. Aunque eso no fue una invitación, sino una aseveración. Me muerdo los labios ocultando una mueca sonriente.

—¿Este viernes? —¿Lo dice en serio? ¿Quiere que vaya con él? ¿Entonces, este no es el fin?

Asiente con la cabeza y se ve más encantador que nunca con esos ojos destellándome y ese hoyuelo en señal de estar reprimiendo una contorsión. Antes de sentir que me ahogo en los mares de sus iris grises tormenta le contesto con un «Esto... De acuerdo».

—¿Vendrás? —una jovialidad, casi como la de un niño aparece por su cara.

—Vendré.

Esboza una sonrisa y yo no me puedo aguantar en desprender los labios de mis dientes para sonreír también.

—Espero que puedas dormir bien esta noche y que dejes el libro de Cungor para mañana.

—Trataré, aunque no puedo prometerte nada. Veras, su contenido se me hace tentador.

—Tentador. Me agrada esa palabra —su voz es seductora y sus ojos crípticos fulguran como dos estrellas en plena noche oscura.

Me coge de la muñeca, produciendo que una energía reconfortante emerja a mi brazo, suba a mi hombro y seguidamente se dirija a todo mi cuerpo. De pronto ya no tengo más frío. Se me acerca, roza mi cara con la suya y me da un beso en la mejilla. La respiración me falla al sentir su aliento fresco en la quijada.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora