12. La invitación

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Capítulo XII

La invitación

—«DESPIERTA» —musita una voz en mi cabeza.

Abro los ojos de golpe, pero enseguida los cierro por el ardor que me ofusca el resplandor de la brillantez del día. Intento separar nuevamente los parpados, enfocando débilmente la lámpara plateada que tengo a tres metros sobre la cama pendiendo del techo. Los ojos me escuecen como nunca lo habían hecho antes.

La claridad que se irradia desde la ventana y que se percibe sólo de ese lado pega bien fuerte esta mañana. Cojo el borde de la cobija y me la arrojo por encima de la cabeza, tapándome toda. Me doy la vuelta percatando que esa luz tan intensa debe provenir de un sol eminente de pleno mediodía y no de mitad de mañana.

Antes de empezar a sofocarme debajo del grueso edredón me deshago del mismo con un conjunto de patadas. Oigo el murmullo de voces y ruidos de platos y gavetas procedentes de la cocina. Me siento en la cama observando el pequeño reloj color celeste de mi mesita de noche que marca las 11:11 de la mañana. Permanezco unos instantes entre adormilada e inmutada, moviendo con cautela la cabeza de un lado a otro, sonándome los laterales del cuello y los de las vértebras. Alzo los brazos bien alto para estirarme, comprobando que hoy, a mi criterio, me encuentro mejor de lo que esperaba considerando que hace unas cuantas horas estaba yo bien borrachina en pleno apogeo discotequero.

Me alzo ágil y fresca, como recién bañada, a pesar de haber bebido anoche como una demente adolescente precoz. Me encasqueto las pantuflas blancas de conejo, me amarro una coleta en el pelo y procedo a salir de la habitación con paso relajado.

Yenni está de frente a la estufa sacando unas arepas del sartén con una paleta metálica, en tanto Javier habla por teléfono sentado en el mueble de la sala con Amaranta volcada a sus pies.

—Buen día —la voz gutural que me salta de los labios no parece mía. Me aclaro la garganta.

—Buenos días, señorita —me dice Yenni con un tonito de voz cantado y escrutador. Ahí va ella. Ya quiere torturarme cuando no termino aun de despertarme por completo—. Te has parado en el momento justo —se pone a ubicar platos junto a los cubiertos ya colocados en la mesa.

—Todo se ve rebueno —expreso famélica viendo la exorbitante cantidad de comida que se despliega a lo largo del mesón.

—Contando con que no hemos desayunado hoy y que ya casi es mediodía, puedo decir con propiedad que esto se trata oficialmente de un...

— ¡Brunch! —vociferamos las dos al unísono mirándonos las caras.

Esto me recuerda a todas las veces, en la época del colegio, que nos quedábamos en casa de Yenni junto a nuestra amiga Marisol para gozar de una pijamada party, lo cual hacíamos dos veces por mes y casi siempre los viernes, salvo en los cumpleaños de cada una que también culminaba en una pijamada.

Permanecíamos despiertas hasta la madrugada jugando cultura chupística y viendo películas románticas y de terror. El baboso novio de Marisol de ese entonces era el encargado de rentarnos las cintas en la tienda. A parte de esos dos géneros se empeñaba siempre en añadir a la lista una película pornográfica con la intención de despertar en Marisol sus instintos carnales. Gracias al señor, a Yenni y a mí nunca consiguió nada con ella. El cuento va de que a la mañana siguiente la madre de Yenni nos levantaba al mediodía y nos tenía listo un montón de comida parecida a una distinguida combinación entre el desayuno y el almuerzo.

No cabe dudas de que Yenni lo ha heredado con creces; esta mañana se ha destacado con tremendo banquete de huevos revueltos, jamón y tocino; plato de queso de mano y queso amarillo; salame y atún en una bandeja mediana; guacamoles con picadillo de tomates, cebolla, perejil. Para beber contamos con café, jugo de naranja y una jarra más pequeña de toronja.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now