23. Malentendido

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Capítulo XXIII

Malentendido

Un bramar de voces emerge tras el apagón y no tarda en extenderse hasta convertirse en una bulla atronadora. Los adolescentes se quejan, otros se ríen y muchos aúllan como una jauría de lobos hambrientos. Todos aprovechan en conjunto el suceso de la ida de energía eléctrica para armar el alboroto.

Antes de darle chance a mis pupilas a que se adapten a la negrura, diversos fanales ya han empezado a salpicar el espacio. Yenni enciende la linterna del teléfono y Javier también anda en eso. Yo no tengo las ganas ni los ánimos de sacar el mío, y como el ambiente cuenta ahora con decenas de teléfonos destellando por todas partes, ni falta que hace. Un montón de varas incandescentes que entregaron los arlequines para usarse como pulseras o cuentas al momento del concierto se agitan por los aires.

Pongo en tela de juicio mi capacidad física, pero nos levantamos de la mesa iluminando el sendero de piedras que conduce a la salida. Caminamos en un tren de gente que de igual manera se dispone a salir de la residencia. A diferencia de nosotros, estos no se están yendo de la fiesta, mas la misma está emigrando hacia otro lugar.

—Voy por el auto —Javier se aleja con la linterna del teléfono zarandeando el asfalto.

A los jóvenes el apagón les ha provocado hiperactividad crónica. Se ríen a carcajadas por toda la calle y encienden cigarrillos electrónicos que sueltan vapores perfumados. Algunos se colocan las linternas del teléfono en las caras y hablan imitando voces. También hay un conjunto de parejitas recostadas a lo largo de la pared, besuqueándose, mientras nubecitas de humo surgen de la nada emanando un pestífero olor a hierba.

Vaya que Yenni, Marisol y yo éramos unas idiotas comparadas con esta generación de ahora. Me recuerdo que debo anotar en mi lista de cosas que hacer mañana llamar a mamá para actualizarle el culebrón sobre la movida juvenil.

El auto frena delante de nosotras y no tardamos en subirnos. Tal parece que toda la ciudad se ha quedado sin electricidad porque desde que salimos de la fiesta no hay señal alguna de luz en ningún sector.

— ¿Pasa esto con frecuencia, Anto? —Yenni reclina su asiento.

—Sólo cuando caen muchos rayos junto a un vendaval. De seguro es una falla en la transmisión. Ya lo repararan.

El camino que flanqueamos sólo es visible hasta donde alcanzan los faroles delanteros del auto. Cierro los ojos, exhausta, pero más que estarlo físicamente lo estoy mental y emocional. Es como si hubiera vivido días llenos de consternación y no me quedara vitalidad para agregarle otro día más.

Tengo una punzada en el pecho de dolor que se une con la del estómago, es de lo más anómalo que he sentido nunca. Me aflige el no saber hasta cuándo más prevalecerá dentro de mí esta sensación, aunándole el hecho de que no quiero abrirme al razonamiento de lo que acaba de acontecer hace momentos con... el músico. Es que hasta quiero evitar pronunciar su nombre en mi cabeza, ya es suficiente con el malestar como para también agregarle razones en forma de preguntas que parecen no tener ningún tipo de respuesta.

Espero que el señor Gregorio, el vigilante de mi residencia, haya sido lo suficientemente precavido y tenga en marcha el modo manual del portón de entrada. Pensar que debemos subir por las escaleras nueve pisos hasta llegar al departamento hace que el agotamiento me pese con creces en todo el cuerpo.

Cojo mi chal olvidado y me lo echo encima. No aguanto los pies. Es inusual que no me haya percatado del entumecimiento de los dedos hasta ahora. No es habitual que estas sandalias me hayan destripado los dedos de la forma en que lo hicieron. De los pocos zapatos de tacón que tengo son uno de los menos tortuosos, pero luego recuerdo que nunca había bailado con ellos ni con ningún otro calzado tanto rato como lo he hecho esta noche.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now