40. Quinta Cásares

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Capítulo XL

Quinta Cásares

Lo que cargo puesto no se asemeja en nada a mi estilo propio característico; si es que en realidad poseo uno. Tendré que confiar en el instinto asesor de Yenni y sobre todo en su pericia inclinada a la moda, porque cuando le mostré las dos opciones que había sacado temprano del armario las descartó de inmediato, catalogándolas de aburridas y obligándome a ir por este vestido que me obsequió mamá hace dos navidades y que nunca me he puesto debido a que se me hace muy llamativo.

Es de tela ligera, de un tono amarillo mostaza con coloridos estampados floreados y corte semi volado al nivel de las pantorrillas. Tiene unas tiras cruzadas en la espalda que, a mi parecer, son bastante sugestivas. En la parte delantera se asoma un escote sencillo en V no tan chocante.

Después de tanta insistencia Yenni consiguió de paso que llevara la boca de rojo. Y viéndolo ahora mismo que estoy frente al espejo los colores que llevo encima aparejan una armonía completamente inesperada ante mis ojos. Hasta mi anillo de piedra verde combina con las flores de tonalidad esmeralda que salpican la tela; lo que me hace constatar, una vez más, que conozco un rábano acerca de moda y estilismos. Menos mal que tengo a Yenni para que se encargue de eso.

El móvil está sobre la cama y me acerco al escuchar un pito de mensaje.

«El músico misterioso»: Estoy abajo. Si no estas lista no te molestes en apresurarte.

Observo la hora «1:25 pm». Cada vez llega más temprano de lo acordado. Si sigue así, la próxima vez tendré que estar lista una hora antes de la que me indique.

Me quedo cavilando y destierro el pensamiento, ya que ahora que estoy al tanto de su edad no tengo la menor idea si existirá después de hoy una «Próxima vez».

No le hago caso a la sensación de abatimiento que de pronto comienza a invadirme y meto el celular dentro de la cartera y también el labial rojo por si llego a sufrir un incidente con esta boca pintada así. Lo que me recuerda meter también el brillito frambuesa.

—Adiós, Amaranta —me despido de la gata que está en la cocina comiendo de su tazón. Me contesta el saludo con un maullido refinado. Me parece que se está adaptando a mis nuevas salidas repentinas.

Salgo del departamento y bajo al vestíbulo dejando el elevador a mis espaldas. En cuanto abro la puerta de la calle la visión que tengo frente a mí parece sacada de portada de revista de la edición informal-elegante de Men's health.

«¡Tienes 38 años!», grito por dentro.

Está de pie junto a su auto luciendo pantalones oscuros, zapatos de cuero negro y camisa blanca impecable con los botones de arriba sueltos. Encima lleva una distinguida chaqueta negra que se cierne celestialmente a su figura. El cabello peinado hacia atrás, más los lentes de sol hacen que el rostro le deslumbre hasta la demencia.

Se saca los lentes y me cuesta reconocer esta mirada de perplejidad, pero doy con ella al instante. La vi por primera vez en aquella fiesta de cumpleaños al momento que estaba por irse, pero luego se detuvo para mirarme con ojos de asombro, tal y como lo está haciendo ahora.

—Luces increíble —su elogio ocasiona que extravíe la mirada al suelo.

—Tú también luces... muy bien.

—¿Es a prueba de besos?

—¿Cómo dices?

—El pinta labios. ¡Ba! Luego lo averiguaremos —se me acerca y me da un suave beso en la esquina de los labios, dejándome un ardor en esa zona que tarda en desvanecerse.

Prosigue a abrirme la puerta haciendo una reverencia con la mano para que me suba al asiento, casi como si nuestras vestimentas elegantes pidieran un trato acorde a la formalidad que esta tarde nos representa.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now