42. Edén

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Capítulo XLII

Edén

Pasamos por entre los dos árboles de los que creo han de ser los más gigantescos de aquí. Están como a cien metros de la casa y ofrecen una antesala al posicionarse uno en cada esquina. La construcción es de corte minimalista, y su progresista condición hace que uno la observe como a un increíble hallazgo en medio de tanta naturaleza.

Nos detenemos a la mitad de una vereda de piedras rojizas que conduce a la entrada. Entonces, observo que a mi lado izquierdo el césped ha sido reemplazado por un suelo de caucho negro, de esos que suelen haber en los gimnasios y en las zonas de entrenamiento profesional. De hecho, esta área se asemeja mucho a esos sitios, ya que se encuentra salpicada por distintos artilugios consignados al ejercicio físico: paralelas de acero, barras forradas de cuero, cuerdas amarradas a tubos, sacos de boxeo, pelotas, pesas, mancuernas, colchonetas, cabuyas, bolas plásticas y más.

—Ya puedo suponer lo que hacen con su tiempo libre —comento—. No hay dudas de que les gusta ejercitarse.

—A todos nosotros. Verás, pasamos mucho de nuestro tiempo aquí. No sólo la casa cuenta con un estudio de grabación, también venimos a entrenar, y no me estoy refiriendo sólo al ámbito físico —de nuevo tiene ese fulgor en la mirada que hace referencia a la parte oculta de su vida, pero que me revela algo que no me había figurado antes: «Él no es el único aquí que está Despierto».

Me lleva de la mano hasta la parte trasera de la casa.

Lo que se abre ante mí es tan asombroso, que siento de repente haber sido transportada a un lugar que sólo existe en los sueños. No es sólo la presencia de las flores de distintos tipos y plantas que jamás había visto que hacen del lugar algo inigualable, tampoco lo es el épico invernadero que se despliega más allá de la plaza natural ostentando tener en su interior una increíble vegetación, sino la existencia de una catarata de agua cristalina cayendo verticalmente de una montaña mediana de piedra, formando un arroyo que se desplaza delicadamente entre las curvaturas originadas por grandes y pequeñas rocas marrones, disipándose más adelante en una línea dorada en la que se reflejan los tenues rayos del sol.

Estoy tan absorta con el panorama que no me percato del momento en que le solté la mano para venir hasta este punto del riachuelo a agacharme para verter mis dedos en el agua.

—Esto es asombroso —digo finalmente.

Él, que se ha quedado en su camisa blanca arremangada en los brazos, lleva una postura relajada y la mirada perdida en el horizonte, sumido en sus pensamientos.

Está claro que disfruta estar aquí. Aun agachada doy con que su similitud es igual a la de un ángel personificado en medio de un edén. Observo su tatuaje de círculo negro y destello blanco en el centro, justo por donde pasa la vena de la muñeca de su mano derecha.

«Un ángel enigmático», pienso.

Desvía su mirada hacia mí y estira sus labios en una sonrisa pacífica.

—¿Qué es este lugar? —inquiero poniéndome de pie.

—Es un sitio que saca a relucir quien en realidad somos. Todo lo que este lugar provee sirve para mantener nuestra vibración en alta frecuencia. Aquí se practica la herbología y la agricultura —mira hacia el invernadero—. Se ejerce la desinfección —observa el riachuelo y luego mira por encima de mi hombro. Me volteo ante su insinuante bizqueo, justo en el momento en que un rayo de sol hace emerger una pila de cristales de colores encima de una gran roca.

—¿Esas son botellas? —escudriño agudizando la vista.

Dantel asiente.

Reconozco sus botellas azules de las que bebe agua. Hay otras botellas de color rojo, violeta, verde, amarillo y algunas transparentes.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Onde histórias criam vida. Descubra agora