10. Pensamientos

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Capítulo X

Pensamientos

El reverbero de luces de colores, la maraña de gente y el estruendo discotequero nos envuelven de inmediato. Hecha un lío camino por entre la muchedumbre que se encuentra apretujada en la pista de baile donde presenciamos el concierto. Cada centímetro del espacio está ocupado hasta la médula. Ana camina delante de mí al mismo tiempo que trata de contonear el culo. Deduzco que lo que quiere hacer es bailar, pero le está saliendo terrible porque choca con todas las cabezas que puede chocar. Me cercioro cogiéndola por detrás para que no vaya a derrumbarse, cosa que podría pasar de un momento a otro. El estilo de música reguetonero que suena en el aire a toda mecha me destroza los oídos. Nunca he comprendido por qué la gente tiende a bailar de manera tan obscena cuando escuchan este ritmo contagioso. Recién se conocen, se pegan y se ponen a menearse sin más. Se les meten los demonios.

Ana se frena porque no hay más por dónde pasar. Un moreno alto y fornido me baila rozándome su "Apretado bulto" encima de mi cadera, mostrándome su carta de presentación. Le lanzo dagas con los ojos, haciendo todo lo que está a mi alcance por no clavarle un codazo en el centro del estómago.

La violencia no es lo mío ni de cerca, pero estas son de las pocas cosas que se me hace casi imposible tolerar.

Otro atrevido ha abordado ágilmente a Ana. Le da la vuelta, la pega contra él y se la lleva hasta el suelo para subirla luego en un asqueroso movimiento sensual. Ana esta risa que risa.

«Demonios, Ana ¡Reacciona!».

Como quien no quiere la cosa le doy la espalda al moreno y afinco con fuerza mi bota negra de combate por encima del pie del abusador que tiene secuestrada a Ana. Se la arranco de sus sucias manos y, sin más dilación me sumerjo con ella entre la gente dejando atrás a los dos buitres.

Proseguimos a cruzar el umbral del arco del triunfo, o como sea que se llame, para adentrarnos al otro ambiente que está aún más atestado que el anterior. La cantidad de personas que se desarrolla en la zona que pisamos cuando arribamos al club es interminable. Debería ser ilícito mantener a tanta gente aprisionada dentro de un espacio encerrado; no importa cuán grande sea. Estoy abrumada y apenas hay lugar por donde transitar.

¿Cómo le hacemos para salir de este sitio?

Con Ana toda desequilibrada decido coger la delantera. Le tiro de la mano hundiéndome dentro de la masa de gente hasta que, gloriosamente, nos hayamos atravesando el alargado túnel de luces que transporta directamente a la intemperie.

Me masajeo la parte de atrás del cuello como puedo y alzo el rostro para que la brisa me dé sin remordimientos en las mejillas. Abro lo ojos al cielo estrellado permitiéndome coger varias bocanadas de aire fresco. Me volteo desconcertada para mirar el club, consciente de que estoy dejando atrás una innumerable cantidad de preguntas que hondean entre relámpagos de luces y humo que brota por la portezuela, parecido a acosadoras y dilatadas garras que amenazan con atraparme.

Antes de perderme en el espiral de las escenas acaecidas en el vip, arrastro a Ana hasta la casilla del valet parking. Le entrego el tique de estacionamiento a uno de los muchachos uniformados, intentando sacar un billete del monedero para pagar en tanto hago malabares con la otra mano para que Ana no se me vaya a resbalar. Menos mal que es peso de pluma al igual que yo, pero ella me gana con creces porque es bien bajita.

No quiero sentarla en el banquillo de espera porque sé que será más difícil levantarla. Espero que traigan el auto lo antes posible; la pobre está hecha una ruina. Descansa sobre mi hombro con los ojos cerrados y la boca entreabierta que le apesta a antiséptico. Parece un muerto viviente.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now