36. En su casa

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Capítulo XXXVI

En su casa

—Me parece justo —acepta con mirada afable, pero combinada con un toque de suficiencia.

Sube los escalones, procediendo a detenerse por un segundo frente a un dispositivo empotrado junto a la puerta. Me supongo que es un lector de reconocimiento facial. Su casa es agraciada e inteligente y no puedo esperar a ver lo que hay adentro.

—Bienvenida —me dice.

Camino con escrúpulo hacia el umbral donde él aguarda por mí. Nuestras miradas se entrecruzan, y estando así, a centímetros de su cara, me entran ganas de pasar mis dedos por la sombra delicada que arma los vellos de su barba incipiente, pero debido a que sería algo totalmente inapropiado me muerdo el cachete, haciéndome la idea de cómo se sentiría hacerlo. Tranca la puerta a mis espaldas, justo en el momento en el que me veo sorprendida por el diseño conceptual que se arma ante mí.

Hay mucho concreto grisáceo combinado con madera clara; una mezcla en la que se determina lo sobrio, lo rustico y lo elegante. Un fulgor leve surge de los rincones de una manera natural, como si allí existiera una recóndita ventana y fuese de día. El suelo liso amaderado es digno de caminarle, al igual que el techo lo es de admirarle porque me resulta repentinamente infinito. No tardo en darme cuenta de que el salón en el que me encuentro tiene una forma geométrica en particular.

—Es una... —murmuro, mirando hacia arriba.

—Una pirámide. Sí.

A mi izquierda, junto a la pared, un adonis de piedra blanca se estira en lo alto deseando alcanzar el cielo con las manos. Le sigue una exhibición de figuras de hombrecillos en posición de loto que pegan las palmas en señal de estar meditando. La pared se transforma más allá en un estante gigante atiborrado de libros que amenazan con tocar el techo.

Me pregunto cómo llegará hasta ellos, ya que el techo se alza como a cuatro metros y medio por encima de nuestras cabezas. Pudiera pensar que forman parte de la decoración y que nunca les ha puesto una mano encima, pero con saber lo que sé de él me basta para reconocer que no es ese su caso.

Aquí dentro también escucho un ligero brote de agua. Mis ojos localizan una pequeña fuente sobre uno de los anaqueles. Su sonido provee tanta serenidad que no sé cómo termino dando giros en el medio del salón con las manos extendidas en el aire.

—Me gusta que te guste —expone, observándome atento y agarrándose la mandíbula con dos dedos, mientras mantiene apoyado el hombro de una columna bruñida. El hoyuelo en la cara se le marca con ahínco.

Recobro la compostura y evado a la pequeña niña de ocho años en la que vergonzosamente me acabo de convertir.

Un cómodo sillón de tonos naranjas es acompañado por una lampara de torso curvilíneo y campana blanca. Me lo imagino ahí sentado leyéndose sus libros; una imagen de él tan autodidacta e intimidante que tacho rápidamente al percatar que me sigue mirando mientras yo lo estoy fisgoneando todo.

Hay una sala modesta de estar cerca de la enorme estantería, pero lo que más llama mi atención son las cabeceras de los sofás de donde nacen helechos y otro tipo de plantas ornamentales semejantes al eucalipto, dando la impresión de estar sentado en el medio de un jardín. La mesa baja estilo japonesa completa el juego y lleva en el centro una bola plateada en representación a nuestro planeta.

Estoy empezando a sospechar que Dantel tiene un gusto muy particular por las figuras del globo terráqueo, como es el caso de su llavero del auto, pero el de su sala es de tamaño familiar.

—¿Vives solo? —la pregunta sale de mi boca antes de poder contenerla.

Me quita la chaqueta de la mano para guindarla a un perchero.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now