39. Impacto

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Capítulo XXXIX

Impacto

Sus labios carnosos se mueven en sintonía con los míos, en tanto su boca se siente caliente como lo estaban sus dedos en mi espalda hace un minuto. Ahora sus manos están en ambos lados de mi cara. Yo también tengo las mías sobre el precario vello de su barba que está por debajo de la mandíbula. Siento un ardor intenso en la garganta que se me difunde por la nuca y me recorre la línea de los brazos y alcanza la punta de mis dedos. Me separo unos instantes de él para agarrar aliento. Veo sus ojos brillar, y con el mismo impulso que me he apartado vuelvo a aproximarme nuevamente. Me agarra con precisión por las caderas y me levanta ágilmente de la banqueta, haciendo que entrecruce mis piernas alrededor de su cintura. Puedo percibir que está moviéndose, pero no separo los parpados para ver hacia dónde nos estamos dirigiendo. Es como si una dinámica ajena a mí me impidiera dejar de besarlo.

No me entero de que estamos en su habitación hasta que aterrizo en la cama.

—Espera —profiero en una expiración. Cierro la boca tomando un profundo respiro por la nariz para dejar de jadear.

Se aparta levemente de mí. Sus labios son vivas brasas rosadas, y los mechones de pelo colgando en el aire dejan entrever sutilmente el destello de su mirada por encima de mí.

—¿Te hice daño? —un terso tono gutural tiñe su voz.

—No. Nada de eso —sacudo la cabeza hablando con poca precisión—. Es... Yo nunca...

La puerta de la habitación hace ruido al abrirse y los dos nos volvemos automáticamente para ver qué ha sido. Tritón ha asomado su gran cabeza y se sienta en el medio de la puerta con una postura histriónica, mirándonos con su ojo blanco. Supongo que con el negro también lo hace, pero no logro distinguirlo.

—Creo que Tritón está celoso —termino diciendo.

—Lárgate, Tritón —le ordena Dantel.

El perro manifiesta una espiración estrepitosa en desaprobación, y en vez de eso mantiene su cuerpo rígido en una clara señal retadora.

—Tritón... —Dantel alza su voz con aires amenazantes. El perro no parece flaquear, pero luego de escasos segundos levanta su pesado cuerpo, y se da media vuelta de mala gana. La puerta prosigue a trancarse por sí sola al salir, y podría jurar que la ha aventado con su magnífica cola abanicada.

—Es adorablemente tenaz —le digo, manteniéndonos los dos en la misma postura. Alzo la mirada tímidamente hacia él.

—No haremos nada para lo que no te sientas preparada —asevera.

Asiento, bizqueando la mirada.

—Quieres que vayamos lento con lo de la información... ¿Crees que podamos aplicar la misma dinámica con esto? —hablo entre dientes, aun sin mirarle.

—Nunca pensé en toda mi vida encontrarme a alguien como tú... —agarra un mechón de mi frente para quitarlo de ahí. El pecho me vibra ante la revelación—. Así que puedo esperar el tiempo que sea. Seré paciente... —ahora parece que actúa con la voz llena de socarronería—. No es mi mejor cualidad... Pero haré el esfuerzo.

Le doy un manotazo en el brazo que mantiene enterrado en la cama, al darme cuenta de que está imitando lo que le dije hace rato en la cocina.

—¿Qué es? —pregunto agarrando lo que le guinda del cuello. Giro en mis dedos un dije que pende de un delgado cordón negro. Parece azabache, pero el material está muy pulido y brillante.

Dantel baja el mentón para observarlo.

—Es un merkaba de shungita.

—¿Un qué?

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora