27. Cohibida

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Capítulo XXVII

Cohibida

Cuelgo mi cartera en la esquina sobresaliente del respaldo de la silla, y antes de enderezarme para hacerle frente al momento que más he estado temiendo desde que llamó por teléfono, que es el tenerlo sentado de frente a mí, la señora de palitos rojos en la cabeza se nos acerca para hacernos entrega del menú.

—¿Desean beber el té?

«Oh, sí. Té».

La dama nombra una larga lista de infusiones, entre frías y calientes, pese a que todo lo que ha mencionado está descrito en la carta. Me voy por la infusión de té helado de Jamaica, mientras que Dantel opta por el té verde caliente con pimienta.

—Vuelvo enseguida para tomarles la orden —nos dice con su acento tonal. Creo que hace una reverencia asiática casi imperceptible antes de retirarse.

El menú es enorme y ofrece una gran variedad de caldos, sushis, sashimi y otro montón de cosas más que desconozco.

—¿Te ha llamado la atención algo? —inquiere al minuto, asomando sus espesas cejas perfectas y sus ojos grises tormenta por el borde superior de la enorme carta.

Ante tal deleite me entran ganas de reírme, pero gracias al cielo la carta consigue tapar gran parte de mi cara al igual que la suya lo hace con él. Contraigo el entrecejo procurando de no hacer ningún gesto que denote mi absoluta inapetencia.

—Creo que me iré por el roll de cangrejo y salmón en salsa de anguila —podré con una cena frugal compuesta por una delgada línea de seis rolles pequeños. Nada del otro mundo. Usualmente me iría por un roll de los especiales, más una ensalada.

—Buena elección. Yo escogeré el roll especial de vegetales. ¿Quieres compartir conmigo una sopa de fideos?

Impelida, bajo el menú para mirarlo unos instantes. Veo mi expresión de asombro en el brillo de sus ojos, por lo que vuelvo a elevar el menú al ras de mi cabeza, fingiendo leer.

—Suena bien —respondo casualmente asomándome una milésima de segundos por el borde superior.

Me imagino de pronto contándole esto a mis amigas: Oigan todas. Compartí un plato de fideos con uno de los de Chupeta de veneno. Sí. Dantel Tesio. El bajista. El mismo que viste y calza.

—¿Me permites? —coge mi carta y le hace señas a la señora para que se lleve ambas, aunque no estoy lista para desprenderme aún de mi nuevo escudo, pero es obvio que no puedo pasar toda la noche escondiéndome detrás de un pedazo de cartón.

Enseguida tenemos al lado a la señora, que memoriza el pedido sin ningún tipo de dificultad. Coge las cartas, hace su reverencia y se da la vuelta. A continuación, un señor mayor escuálido nos acerca las bebidas a la mesa. El tamaño de mi vaso se asemeja a la jarra de vidrio en donde almaceno el agua en mi refrigerador; por otro lado, el vaso de Dantel vale por dos tazas de las grandes. Lleva dibujado en pinceladas hermosos detalles de figuras de geishas y palmeras playeras. ¿O son plantas de bambú?

Le doy un sorbito a mi bebida cítrica con aroma a flores y Dantel bebe también de la suya. Devuelvo la jarra a la mesa con cautela. Junto mis dos manos sobre las piernas y me muerdo los labios mirando hacia la calle, empezando a sentirme completamente cohibida.

—Vamos. No me vas a decir ahora que eres callada —espeta destruyendo el silencio, cogiéndome por sorpresa.

—¿Y por qué piensas que no lo soy?

—No lo eres —me acusa.

—A veces sí lo soy —«al parecer sólo cuando me encuentro cerca de ti».

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now