4. Impredecible fin de semana

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Capitulo IV

Impredecible fin de semana

— ¿Y ese olor? —inquiere Yenni en cuanto entra al departamento. Javier, su novio, está acomodando dos maletas medianas al pie del perchero—. ¡Salsa a la Antonella!

—Querrás decir salsa a la Susy —apoyo su pesado bolso de cosméticos sobre la cómoda de madera junto a la entrada.

—Tienes razón, huele exactamente igual a la de tu mamá.

—Qué ganas de halagarme la tuya. Créeme que hago el intento —le paso un brazo por encima de los hombros.

—No era necesario que cocinaras, Anto —repone Javier con algo de cansancio en la cara.

—Javier tiene razón. En la fiesta habrá montones de comida. Sé que nada como pasta a la Susy, pero... En serio no tenías que... —Yenni olfatea sonoramente irguiendo la boca—. Molestarte. Aunque... —sigue olfateando, ahora con una mueca de jactancia. Sé que muere por comer de mi pasta con salsa a la Susy.

—No me molesta —arrimo las maletas hacia un rincón—. Tienen cuatro horas rodando por la carretera y no van a esperar a llegar a esa fiesta para comer. Además, que yo también tengo hambre —camino hasta la cocina para revolver los espaguetis que vertí en el agua hirviendo antes de bajar a buscarlos.

Javier carga a Amaranta y se la pone encima de las piernas para finalmente darle cariño. La gata regalada no ha dejado de ronronearle y rozarle las pantorrillas desde Javier entró por la puerta.

—Amaranta está cada vez más linda ¿Verdad que sí, linda gatita? —expresa Yenni acercándose a la gata que la vislumbra con ojos verdes de intenso desprecio, batiendo la cola de un lado al otro, en tanto Javier le rasca la cabeza—. Ahora déjame verte a ti —dice volviéndose hacia mí y yo sé por dónde va la cosa. Nos miramos, sonreímos y nos abrazamos.

No estamos habituadas a estar separadas por mucho tiempo. Ella es como la hermana que nunca tuve. Hemos sido amigas desde niñas. Fuimos al colegio juntas, a las clases de pintura, clases de ballet y de piano, a todos los campamentos de verano en los que podían meternos y, como si no fuera suficiente, también concebimos juntas muchas primeras veces: primera ida a la discoteca, primer cigarrillo, primera resaca... Hasta por poco nos ganamos una expulsión en el colegio. Creo que a eso lo llamaría primera casi expulsión. Estábamos juntas en absolutamente casi todo. Así que, al quedar en universidades distintas; ella en el pueblo playero y yo aquí en la capital, no habíamos advertido para ese entonces lo mucho que nos iba a ser falta estar cerca la una de la otra.

— ¿No es una belleza? —Yenni me enseña la mano mostrándome su nueva y poderosa adquisición resplandeciente pegada al dedo anular.

—Oh, Yenni.

Estamos claros de que no son la típica pareja moderna del siglo veintiuno que dejan el matrimonio como última requisa. Conoció a Javier cuando tenía tan sólo quince años. Era el chico más popular de un instituto que quedaba a unas cuadras del nuestro. Marisol (Mi otra amiga) y yo, fuimos partícipes de infinidades de alcahueterías cuando se trataba de justificaciones para prófugas del colegio, de su casa, de mi casa, de la de Marisol y de cualquier recoveco de la ciudad para verse con Javier. Se la llevaron de maravilla desde el primer momento, y aunque eran sólo unos niños, Javier siempre destacaba por ser más maduro que el resto; un chico determinado que mostró desde el primer momento saber lo que quería. Y esa precisión que aludía su manera de ser se afincó hace un mes y medio cuando le propuso matrimonio a mi mejor amiga que es un año y dos meses más vieja que yo.

—Es... ¡Precioso! —expongo indiscutiblemente afectada, vislumbrando la roca del tamaño de un grano de caraota. Me tiembla levemente el mentón—. Tenemos que brindar —sugiero antes de no poder aguantar más y romper a llorar.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now