26. Inapetente

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Capítulo XXVI

Inapetente

Me siento en el mueble, despacio, tratando de asimilarlo. Él ha llamado a mi celular, a mi teléfono personal. No ha sido una llamada casual de saludo; cosa que hubiera estado igual de inverosímil y alocado. Ha llamado para que quede con él a una cena esta noche.

¿Cómo sabrá mi dirección? ¿Se lo preguntó a Muriel? ¿A Javier? ¿Él le pregunta a Muriel y Muriel a Javier? ¿Es esa la cadena? ¿La misma que usó para invitarme a la fiesta? Entonces ¿Sí fue él el de la idea de que yo fuera a esa fiesta?

Monto las piernas encima del mueble, prosiguiendo a asentar mi cabeza en un cojín. Necesito recostarme sólo unos minutos, unos minutos que me den alguna clase de explicación de cómo acaba de pasar esto. Me estrujo los sesos en busca de algo que muestre trazas de raciocinios, pero como no doy con nada me veo registrando nuevamente el directorio de llamadas telefónicas en la pantalla, una y otra vez.

«Ok. Comprobado. No me lo estoy inventado; él realmente ha llamado».

Amaranta se me sube a las piernas y camina hacia mi pecho sacándome por poco el oxígeno cuando se pasea por mi abdomen. Me huele la cara y me toca con su pata una mejilla porque no le estoy prestando la más mínima atención.

— ¿Qué pasa, nena? —la voz me sale trémula y desagradablemente áspera. La pongo en el suelo y me siento—. Entonces, todo está bien, no pasa nada —le digo con tranquilidad a la gata, que me observa con ojos vidriosos llenos de atención—. Es una simple salida, como si fuera cualquier otro lunes. La única diferencia es que voy a salir un ratito con Dantel Tesio.

Me alzo del sofá, turulata. Acepté salir a cenar con Dantel, el bajista de Chupetas de veneno. No es que haya sido siempre para mí alguien famoso que he perseguido hasta la última gira. Es mi grupo de música favorito (el grupo favorito de muchos) y ni siquiera sé muy bien los nombres de todos sus discos, pero eso es porque se trata de mí. Soy Antonella, la persona más despistada que no logra recordar los nombre de nada ni de nadie, pero ahora que lo he conocido, hablado y hasta bailado con él, la magnitud del suceso se amplifica de tal manera que necesito masajearme el centro del pecho con los dedos.

«¿Me invita (de forma indirecta) a esa fiesta de cumpleaños, y ahora esto?»

¿Y cómo voy a aceptar salir con él después de lo que le dije en esa pista de baile? Si hubiera recordado eso en el momento en que llamó... Le hubiera salido con cualquier excusa.

¿Le habría salido de veras con una excusa?

Observo el reloj en el teléfono. El músico estará aquí en una hora y media ¡Una hora y media! Estoy peor que Yenni cuando tiene que acicalarse para salir. En su computo de tiempo esta hora y media equivale a tan sólo pocos minutos. Yo me arreglo más rápido que la mayoría de las mujeres promedio, así que, no tengo de qué preocuparme.

No me percato que estoy caminando de un lado para el otro hasta que me detengo a preguntarme si será buena idea telefonear a Yenni antes de comenzar a arreglarme. Después de escuchar en mi imaginación sus gritos de alegría, sus expresiones de asombro y su versión colmada por interminables conjeturas referente a lo que podría acontecer esta noche, se me quitan las ganas. Podría pedirle consejos sobre qué atuendo sería el más indicado llevar, pero tampoco pretendo arrojar el tiempo que me queda por la borda ni escucharle la lengua en estos momentos, convendría mejor usarlo para acicalar el espanto que manifiestan mis uñas y así evitar verme en la necesidad de andar escondiéndolas. No sería normal estar sentado en una mesa con alguien que lleve puños en vez de manos. Y si Muriel llamó a Javier para preguntarle mi dirección de vivienda, probablemente Yenni se enterará. Si no es que ya está al tanto. Es cuestión de minutos para que ella sea la que me telefonee a mí primero.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora