8. La píldora

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VIII

La píldora

¡Joder!

Mi cabeza arma una escena mía cavando con los pies un agujero en el suelo y lanzándome enseguida dentro de él.

— ¿Te gustó el concierto? —me pregunta con una leve sonrisa en los labios.

Noto que tengo la boca abierta, así que la cierro ipso facto sacudiendo la cabeza.

—Sí. Estuvo... muy bueno —tartamudeo—. La verdad estuvo genial. Gracias.

«¿Gracias?». ¿Por qué le he dado las gracias?

El músico sonríe abiertamente y el agujero ese que se le forma vuelve a aparecer con más depresión dentro de la sombra de su vello facial. El teléfono se me resbala de la mano y rueda por el suelo como si fuera una gran roca. «¡Carajos!». Dos golpes en un solo día ya.

Me agacho enseguida para cogerlo y, cuando lo tengo ya pescado y a medio camino de erguirme por completo ocurre lo inevitable: la música junto con el panorama que todo lo rodea se ralentiza ante mí cual película en cámara lenta, como si unos brazos gigantes e invisibles envolvieran mi entorno y comenzaran a darle vueltas sin piedad formando un torbellino naciente.

«Ay, no. No, por favor».

Conozco esta sensación y sé que los benditos tragos que he estado bebiendo están surtiendo efecto en mi organismo.

— ¿Cómo te llamas?

— ¿Disculpa? —procuro transmitir normalidad, pero creo que lo que transmito es una rigidez preocupante. Trago saliva tratando de adaptarme a la montaña rusa que ya ha echado a andar.

Se acerca más a mí por un costado de la mesa, lo cual hace que contenga abruptamente el aliento.

—¿Cuál es tu nombre?

—Antonella —respondo escueta y mucho más rígida que antes. No deseo que se me trabe la lengua. Si contesto rápido y conciso de seguro nada se notará.

—Es un placer, Antonella. Yo soy Dantel Tesio —me tiende una mano.

—Dantel —repito asintiendo con la cabeza, entre enajenada e hipnotizada, consciente de que mis reacciones son algo tardías—. Depablos —me apresuro en decirle—. Antonella Depablos —estrecho su mano que es grande, larga y suave.

Me percato que tengo puesta una sonrisita en la cara y de que llevo más tiempo del adecuado sosteniéndole el saludo. Le suelto la mano exigiéndome estar más atenta a los movimientos que hago. No estoy acostumbrada a lidiar con el alcohol dentro de mi sistema; de hecho, no recuerdo cuándo fue la última vez que tomé más de tres vasos alcoholizados. Las fiestas de fin de curso en el colegio: tal vez unos dos o tres; Los momentos culminativos de materias semestrales. También puede que una u otra copita en alguna salida cuando empecé la universidad, pero nada se compara con esto. Detesto el alcohol y su amargo sabor. Estos cocteles han sido tan increíbles y dulces que siento haber estado tomando todo este tiempo unas malteadas con leche sin advertir en todo el rato que se trataba de alcohol disfrazado de golosina.

Como una imbécil he caído en la trampa, tal como el ratón con el queso.

— ¿Eres de acá de la capital? —en ese momento que me hace la pregunta le veo hacer señas con los dedos a alguien.

No sé a quién se esté dirigiendo o si en realidad es eso lo que hace, pero decido mantenerme quieta sin rebuscar con los ojos hacia alguna dirección que amerite mover mi cabeza. Tengo la leve sospecha de que, al hacerlo, vaya a desatar de sopetón una estruendosa borrachera y mis forzadas y concisas respuestas no puedan disimularlo.

SPERO - Piso1 Cuerpo ✔Where stories live. Discover now