CAPÍTULO XVII - ESTRELLITA

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ENZO

Siento que me asfixio, el aire no llena por completo mis pulmones y el poco aire que siento que entra me quema las entrañas, del mismo modo que cuando me enteré de todo.

A veces pienso que la sensación nunca va a desaparecer, al contrario tengo miedo de que empeore, pero es mi castigo y tengo que aguantarlo por ser tan imbécil e ingenuo.

Saco mi teléfono y marco el número.

- Yo me marcho, pero ustedes ya saben que hacer - le comunico a mi interlocutor.

- Entendido señor.



Cuelgo la llamada y marco otra vez, pero ahora a Isaac.

- Lo siento, no puedo más, me tengo que ir.

- ¿Te sientes bien? - pregunta, la preocupación notoria en su voz.

- No- me sincero- fue demasiado para mí.

- Lo pude notar, pero también fuiste muy valiente.

- Soy todo menos eso. - un nudo se instala en mi garganta, haciendo difícil la simple tarea de hablar.

- No seas tan duro contigo.

- Me tengo que ir, no puedo estar más aquí.

- Está bien, cuídate hijo.

- Adiós.

Mi chófer llega con el auto y le indico a dónde quiero que me lleve, frunce el ceño, incluso él sabe que es una locura, pero tengo que hacerlo, tengo que hablarle, decirle tantas cosas.

Las horas pasan y llegamos al lugar, ya casi está amaneciendo, me apeo del auto y camino hacia el portón, el anciano que custodia el lugar sale alarmado por el ruido del auto, cuando me reconoce abre la verja y me permite entrar.

Camino y llegó al lugar que busco, el viento es apenas fresco en este lugar a pesar de ser de madrugada, en el horizonte el cielo empieza a tornarse naranja y púrpura, lo cual augura que la oscuridad está apunto de extinguirse y con ella la promesa de no ser visto por alguien que me reconozca, pero estoy muy afectado ahora mismo para preocuparme por eso.

Cuando llego al lugar me desplomo frente a la superficie fría y llena de rocío, tenía tantas cosas que decir y reclamar, pero han quedado en el olvido y lo único que puedo hacer es llorar.

Estoy de rodillas, con las manos en el mármol y la cabeza agachada llorando, mis lágrimas se unen al rocío de la mañana en la superficie en la que caen y por más que trato no puedo parar.

Unas manos me toman de los hombros y me levantan.

- Joven- musita suavemente Enrique mi chófer, me sigue llamando joven como lo ha hecho siempre desde que entró a trabajar para mi difunto padre - está amaneciendo debemos irnos.

Lo miro y el me devuelve una mirada compasiva, sus ojos lucen cansados por la edad y su pelo que antes era negro ahora es plateado casi por completo.

- ¿Crees que soy malo? - le pregunto, mi voz es pastosa por tanto llorar, aunque ya no sollozo, las lágrimas siguen rodando y cayendo libres ahora en las solapas de mi traje.

- Es la persona más buena, gentil, noble y bondadosa que jamás he conocido.

- Entonces por qué me pasa esto a mí. -le reclamo como si él fuera el culpable de mis desgracias.

- Me gustaría tener la respuesta, pero la verdad es que no sé, lo que sí sé es que debe seguir adelante.

- No puedo.

- Si puede y lo tiene que hacer, no hay más. Ahora tenemos que irnos. - reprende.

Se dirige a la entrada y yo avanzó con él. Pero antes de seguirlo me detengo y me giro.

- Ella se parece mucho a ti. - susurro. Miro por última vez la tumba en la que estaba postrado y me marcho.


* * * * *


- El otro día la vi en acción ¿Sabes? - comenta Isaac, estamos sentados en el sillón de su despacho en su casa. - es magnífica igual que su padre. - no se esfuerza por ocultar el orgullo que siente hacia ella.



- Lo sé. - coincido con el, tanto en opinión como en sentimiento.



- No podría ser de otra manera. ¿Has preparado el terreno? - inquiere



- No. - un nudo se aprieta en mi estómago - planeaba hacerlo el sábado pasado en la fiesta pero fue demasiado. No pude hacerlo, me vi abrumado de sobremanera y antes de decir algo que arruinara las cosas por completo y las llevará dónde no haya marcha atrás mejor decidí callar.

PUDE HABER SIDO YO [+18] COMPLETA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora