62. ¿Me llamaste perra?

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—¿Cómo?— Le pregunté a Zayna mientras clavaba mis palillos en una bolsa de rollos de huevo. —¿Cómo puedes soportarlo?

Ella me miró desde el otro lado de la mesa de café con la caja de comida china para llevar en la mano. —La poesía es una hermosa obra de arte—, me explica antes de atiborrarse la cara de pollo agridulce.

Resoplé ante sus palabras y negué con la cabeza. —Pero es tan aburrido, es como decirlo ya. Nos estamos muriendo aquí— Expreso mi disgusto por la poesía. Yo no era el tipo de persona que tenía suficiente paciencia para eso.

—Esto viene de la persona que disfruta de Austen y Dickens— responde Zayna mientras toma un sorbo de su vaso de agua. Una cosa que descubrí sobre ella después de unas horas de conversación fue que no le gustaba el café. En absoluto. Ella despreciaba su sabor amargo y no tenía miedo de decírmelo.

—No sería la persona que soy hoy sin ellos—, comenté mientras ponía la caja de comida para llevar en mi mano sobre la mesa y cruzaba las piernas en el sofá. —Deberías intentarlo—, la animé.

Mantuvo su brazo bien abierto mientras miraba alrededor de nuestra sala de estar. —Es una pena que no tengamos una biblioteca aquí— se burló cuando le envié una sonrisa traviesa.

—Pobre niña—dije mientras señalaba en dirección a mi habitación. —Echa un vistazo al estante, te juro que no te arrepentirás.

Zayna pone una cara pensativa mientras gira algunos mechones de largo cabello castaño entre sus dedos. —Si hago esto, ¿puedo elegir la cena de mañana?

—Puedes pedir comida directamente desde México si quieres—, acepto sus términos mientras comienza a levantarse del sillón en el que estaba sentada.

Se detiene a mitad de camino hacia mi habitación y se vuelve hacia mí. —¿Puedo elegir la música también?— Suspiro y asiento con la cabeza hacia ella, sabiendo que tenemos un gusto musical bastante similar si ignoras sus innumerables álbumes de Jazz.

—¿Tienes alguna sugerencia?— La escuché gritar desde el interior de mi habitación mientras continuaba picando cualquier comida que quedara en la mesa.

—¡Toma mi copia de la Princesa Prometida!— Le grito mientras consumo otro rollo de huevo. Escuché algunos movimientos provenientes de la habitación cuando me di cuenta del gran error que cometí. Mis ojos se abrieron y dejé caer mis palillos en la mesa y corrí hacia mi habitación.

Me habría caído de cara al suelo si no fuera por mi mano agarrando el pomo de la puerta. Miro hacia arriba para ver a Zayna hojeando la copia de La princesa prometida que Jess me había dado.

Observó las páginas con el ceño fruncido mientras observaba todas las notas en los márgenes y las líneas resaltadas. Mi cabeza decía algunas cosas pero mi boca simplemente no se movía. Se sentía tan extraño ver a alguien más además de mí hojear ese libro. Era como si alguien estuviera revisando todos mis recuerdos.

Cherry | Jess Mariano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora