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Caminaba con Mateo y Paulo a mi lado, si había algo que odiaba era perder y salíamos de perder al FIFA contra mi papá y Dybala. Era la hora de la merienda y a mi hermano menor se le había ocurrido la maravillosa idea de ir a comprar una torta de milhojas.

—¿Y como te sentiste cuando metiste ese penal? —escuché a Mateo decir atrás de mi, se había puesto a hablar con Paulo y casi no oía lo que decían, tampoco era de mi interés hacerlo.

—Re bien, a penas Scaloni me dijo que entre a la cancha ya supe que iba a tener que meter el penal —sonrió orgulloso y caminé más rápido, para no seguir escuchando su conversación.

—¡Nini!, ¿Hacemos rin raje? —cuestionó Mateo y me quedé helada.

Paulo solía decirme Nini.

Y ahora me ignoraba como si fuera la peor peste del mundo.

—Bueno.

Paulo y yo nos quedamos solos en el medio de la calle mientras que mi hermano menor buscaba alguna casa con vecinos a los que molestar, la tensión que se encontraba en el aire entre nosotros dos podría cortarse fácilmente con un cuchillo.

—Y... ¿Cómo está tu vida? —cuestionó Dybala y no supe que decir.

—Bien.

El grito de Mateo me hizo poner alerta, lo ví tocar el timbre y darnos el aviso de correr. Una sonrisa de maldad se dibujó en mi rostro y antes de darme cuenta, ya estaba gritando con Paulo.

—¡FUE EL PIBE DE CAMISETA ROJA!

Y entonces los tres nos vimos a nosotros mismos corriendo como si nuestras vidas dependieran de ello, Paulo reía haciéndome sentir mariposas en el estómago. Su risa era como una dulce melodía para mis oídos, una melodía que debía de olvidar con rapidez.

—Me traicionaron —nos acusó Mateo con su dedo índice, nosotros dos jadeabamos asfixiados mientras que Paulo parecía estar fresco como una lechuga.

Claro, él es futbolista. Yo el mayor ejercicio que hago es levantarme del sofá para ir a acostarme a la cama.

—No seas pajero, no cuenta como traición si los tres la ligamos —nos excusó Paulo y pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros.

No supe cómo reaccionar cuando Mateo me dirigió una mirada fugaz, la mano de Paulo rozó mi cuello y ese pequeño toque logró hacer que se me erizara la piel por completo.

—Mi mamá dijo que nos espera para tomar la chocolatada —avisó mi hermano a mi rescate al ver la situación en la que me veía expuesta.

Caminé rápido para disimular mi nerviosismo, el auto de Paulo no estaba a muchas cuadras así que no me costó tanto llegar. Me quedé esperándolos a los dos y cuando llegaron, parecían ser amigos de toda la vida por como venían riendo y cuchicheando entre ellos.

Paulo abrió la puerta del copiloto para que yo la ocupara y fingí demencia, empujé a Mateo y ocupó el lugar que estaba destinado a mi. Paulo frunció los labios y dió media vuelta para sentarse en el sector del conductor, así que rápido me senté en la parte trasera.

—¿Podés manejar un poquito más lento? —pedí mareada, me coloqué el cinturón de seguridad y noté que Paulo reducía la velocidad disimuladamente.

—Quiero ir al cine —comentó Mateo y no le presté mucha atención hasta que mi nombre se apareció en la conversación.

—A Nicole no le gusta ir al cine —comentó Paulo y no dije nada porque era verdad, odiaba a la gente que murmuraba en los estrenos de las películas. Se supone que iba para ver la película, no escucharlos hablar a ellos.

—Pero su novio es un actor de cine —rió mi hermanito.

—Irónico —murmuró Paulo pasándose un semáforo en rojo y de vuelta volví a agarrarme del asiento de Mateo—. Perdón, no me di cuenta —se disculpó al notar mi reacción y de nuevo bajó la velocidad del vehículo.

De vuelta, no dije nada. Sentía letras y letras rondando por mi cabeza, no recordaba la inspiración para mí música que tenía cerca de Paulo.

Llegamos a la casa de mi papá y cuando quise bajar, noté que la puerta estaba con seguro pero que Mateo ya se había bajado. Paulo no menciono ninguna palabra, él tampoco bajó del auto y por el contrario, empezó a conducir bastante lento el auto.

—¿Qué hacés? —me atreví a hablar.

—Te llevo a casa, Nini —respondió con total naturalidad.

—No quiero ir a mi casa.

—No dije que te iba a llevar a tu casa.

Intenté protestar pero no conseguí que la voz saliera de mi garganta y cuando menos me lo esperaba o me daba cuenta, él había apartado su auto en la puerta de la residencia de los Dybala. Arrugué mi nariz confundida cuando se bajó del auto y abrió mi puerta.

¿Por qué siempre tenés que ser tan malditamente perfecto?

Dijiste que me ibas a llevar a casa, Paulo.

—Estamos en casa, Nini —habló en un tono burlón—. Me parece justo que vengas a ver a mi familia, yo fui a ver a la tuya.

—No te pedí que lo hicieras.

—Era eso o esperarme tres meses para volverte a ver en Italia —respondió sin más, como si esas palabras fueran lo más simple del mundo. Como si esas palabras no causaran nada en mi.

—No pienso cantarte gratis para tu propuesta de matrimonio, Dybala.

Él rió jocoso y noté una luz de maldad en sus ojos.

—No hace falta, no le gusta venir a Córdoba—se encogió de hombros y abrí mi boca sorprendida.

—Pero vos sos cordobés, y sos su novio...

—Bueno, tu novio es actor de cine y a vos no te gusta el cine así que mucho no podés pedir.

Asentí sin decir más nada porque tenía razón, aunque me sorprendía que todavía se acordara de detalles tan irrelevantes como ese. Esta vez solo me dió un pequeño empujoncito para que fuera hasta la puerta, me decepcionó un poco pensar que quería que de nuevo me abrace por los hombros.

No debería estar buscando una excusa para que él me abrazara, no era correcto y tampoco era justo para él.

—¡Nicole, querida! —la dulce voz de Alicia llenó mis oídos y sus brazos me rodearon con cariño.

Cariño.

No deberías tenerme cariño después de eso, Alicia.

Aunque todos los Dybala son un amor, no me sorprende.

MIDNIGHT RAIN-Paulo Dybala ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora