38

2.1K 231 34
                                    

—Somos dos nenes enamorados, ¿No?

Estábamos tirados en el medio de la calle, viendo el cielo y tirando piedritas por el puentecito.

—¿De qué hablas? —giré mi cabeza para tener una mejor vista de él.

—De que somos dos inmaduros que no saben cómo hacer para poder estar bien, pero aún así nos amamos de forma desmedida —él repitió mi acción, mirándome a los ojos—. Somos como dos nenes que no saben amarse.

—Entonces no deberíamos hacerlo.

—Te dejé ir dos veces, y las dos veces volviste a mi. Entonces entendí que fui hecho para amarte, Nicole —sus palabras me hicieron sonrojar, así que me obligué a girar la cabeza de vuelta—. Y ahora no hay forma de que te vuelva a dejar ir.

Y no queria irme, pero sabía que no podía quedarme.

—Nuestra vida parece una historia de Cris morena.

—Que bueno que las historias de Cris morena siempre terminan con finales felices entonces —rió.

No podía creer que estábamos así de nuevo, por tercera vez. El destino nos unia una y otra vez, una y otra vez.  Nos rompía para volvernos a armar una y otra vez, pero cada vez estábamos más rotos y si seguíamos de esta forma, íbamos a llegar a un punto en el que ya no iba a quedar más nada de nosotros que reparar.

—Nos estamos reduciendo a cenizas —comenté afligida—. Es un acto masoquista de los dos el considerar intentarlo de nuevo, simplemente no fuimos hechos para estar juntos.

—O capaz que sí, y es por eso que no podemos estar el uno sin el otro.

Enarque una ceja, a pesar de que había dicho algo lindo, era un golpe directo a mi ego.

—¿Y quién te dijo que yo no puedo estar sin vos? —inquirí ofendida.

—Bueno, ¿Ahora estás acá, no? —sonrió burlón—. Si te hace sentir mejor, yo me puse a llorar frente a Miles de personas solo porque no estabas ahí. Ese es otro nivel de humillación.

—Que vergüenza ser vos —comenté divertida.

—Tu mamá me llamó —soltó de la nada—. Admito que me puse muy orgulloso de vos cuando me contó lo que hiciste.

—¿Eh?

—Al fin estás dejando esa patología de complacer a los demás, me gusta esta Nicole rebelde —lo miré y tenía las cejas levantadas en señal de diversión—. Aunque tuve que pasarle plata porque me dió pena.

—¿Sos joda? —fruncí el ceño—. Les llevo las despensas todos los meses y les dejé un poco de plata en caso de emergencia, ¿Por qué te pediría más a vos?

—Tu mamá es una derrochadora innata.

Me levanté furiosa y saqué mi teléfono del bolsillo de mi pijama para marcar directamente el número de mi progenitora y alejarme de Paulo, pensé que no iba a responderme como siempre lo hacía. Pero al final, lo hizo.

—Sabía que ibas a dejar de lado ese mediocre intento por ignorar a tu madre, se ve que al final te diste cuenta de lo sola que estás —fue lo primero que dijo a penas atendió el teléfono.

Intenté mantener la calma, después de todo esa mujer era mi mamá y se merecía mi respeto.

—¿Por qué le pediste más plata a Paulo?, ¿Quien te pensas que sos? Si querés plata ponete a laburar —solté con el ceño fruncido y escuché un suspiro pesado del otro lado de la línea.

—Escuchame una cosa pendeja muerta de hambre, ¿Vos te crees mejor que yo por tener dos mangos más? No sos nadie Nicole, estás sola y sola te vas a quedar porque arruinas todo y siempre lo vas a hacer, como hiciste con Paulo —escupió enojada, y su lengua parecía destilar veneno—. Vos venís de la nada misma, ¿Te pensas que tendrías toda la guita que tenés si yo no te hubiera brindado mi apoyo? Y ahora me forreas por dos mangos pendeja, yo soy tu madre quieras o no y lo voy a seguir siendo hasta el día que te mueras.

—No me importa eso. Deja. De. Pedirle. Plata. A. Paulo. Das pena Silvina.

—¿Yo doy pena? Si doy pena es porque tengo una hija desagradecida que lo único que sabe hacer es sacarme todo en cara así que cerra bien el orto porque no sabes el asco que te tengo Nicole. Maldigo la hora en la que te tuve.

—Tanto no la maldecis cuando te doy plata, ¿No?

—¿Pero vos quien te pensas que sos para hablarme así? Pendeja maleducada. Yo no necesitaría de tu plata si vos no hubieras nacido, Porque tendría la vida que tu existencia me arruinó.

—¡Basta!, ¡Me tenés harta! —grité—. Vos y tu mediocre vida me tienen harta, me estás chupando toda la vida Silvina. Sos una chupasangre vos y todas esas plagas que viven ahí con vos, si tan hija de puta soy para vos, ¿Por qué esforzarme en hacerte creer lo contrario?

—Yo no..

—No, ahora vos me vas a escuchar a mi. A partir de hoy se termina todo y te juro que te vas a arrepentir de todo el daño psicológico que me causaste todos estos años —di una larga calada de aire, y continúe—. Ni siquiera te diste cuenta de que ya no te digo mamá, porque lo único que te importa es mi plata. Yo para vos no soy tu hija, soy tu cajero personalizado pero eso se acabó. A partir de ahora no voy a velar más por ustedes, no les voy a dar ni un peso más y mañana las quiero fuera de mi casa.

—¡No nos podés hacer esto Nicole!, ¡Cómo se te ocurre dejarnos en la calle!, ¡Nicole!

—Si mañana no te vas de mi casa, te meto una denuncia por ocupa y terminas presa.

Corté la llamada y abrí mi boca sorprendida por lo que acababa de hacer. Sentí que todo el peso sobre mis espaldas caía como una pesada mochila que me sacaban de encima, me sentía más libre y valiente que nunca.

Me sentía viva, ya no era una complacedora patológica. Ahora era solo yo. Nicole.

No la chica que hace todo para que su mamá la quiera al menos un poquito.

No la chica que tiene miedo de amar por miedo a lastimar.

No la chica que huia de todo por miedo.

No la chica que se droga para dejar de pensar una y otra vez en la misma persona.

Ahora era Nicole, solo Nicole.

Y Nicole estaba completamente enamorada de Paulo Dybala.

Y Nicole ya no tenía miedo.

Empecé a reír de felicidad y corrí tres cuadras, Paulo seguia esperándome ahí. Con sus manos adentro de sus bolsillos y la vista fija en la laguna bajo el puentecito.
Su vista viajó rápido a mi cuando escuchó mis pasos y pude ver preocupación en sus ojos.

—Nini, ¿Estás bi...

Su pregunta fue acallada en su boca cuando puse mis labios sobre los suyos e hice lo que realmente quería hacer, cuando por primera vez me atreví a hacer lo que yo quería.

Cuando pudo salir de su estado sorpresivo, pasó sus manos por detrás de mi espalda hasta llegar a mi cintura y yo puse mis brazos sobre sus hombros. Ahora solo éramos él y yo.

Dos locos que habían sido hechos para amarse y que a pesar de separarse, siempre iban a encontrar la forma de volver una y otra vez a estar juntos.

Al final de todo, siempre éramos él y yo.

—¿Y eso? —preguntó sobre mis labios con una pequeña sonrisa de emoción.

—Esa soy yo y lo que siento por vos, Paulo —respondí, con la respiración agitada—. Me hiciste sentir sin miedo, ahora solo quiero que agarres mi mano y me ayudes a hacerte sentir sin miedo.

—Mhm, ¿Nicole rebelde?, ¿Ya te había dicho que amo a Nicole rebelde?

MIDNIGHT RAIN-Paulo Dybala ✓Where stories live. Discover now