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Analicé por quinta vez al recepcionista, estaba empezando a desquiciarme e irritarme más de lo que debería. Noté que estaba bastante intimidado y nervioso por mi presencia, o tal vez solo era la mirada asesina que le estaba sosteniendo hacían quince minutos.

—¿O sea que cualquier persona va a poder entrar si se le canta el orto?, ¿Qué clase de hotel es esta porquería? —volví a reclamar. Si el muchacho no se hubiera comportado altanero conmigo la primera vez que se lo cuestioné bien, las cosas estarían resultando de forma diferente.

—Señorita Agüero, entiendo su molestia pero usted debe entender que nosotros hacemos todo lo posible para que usted se sienta cómoda con nuestro servicio.

—¡No me siento cómoda! Hoy temprano les avise de mi mal estar y les pedí por favor que no dejaran pasar a nadie —repetí ya frustrada, estaba harta de que no comprendieran.

Al parecer todo aquel que tuviera plata podría hacer lo que se le plazca en el supuesto hotel más exclusivo.

—Repito, entiendo su molestia pero nosotros no podemos hacer nada al respecto.

—¿Cómo que no?, ¿Y para qué mierda cobran una tarifa tan alta entonces?

—Somos el staff de hoteles más exclusivos de Italia, aquí se hospedan...

—Me importa tres hectáreas de verga quienes se hospedan acá —suspiré para intentar calmarme, no quedaría tan bien con mi imágen ser una humana enojada común y corriente—. ¿Se puede saber por lo menos quien mierda está esperando en MI habitación?

—Por supuesto, es el señor Paulo Dybala.

No me sorprendía.

Mentira, estaba re sorprendida.

Le hice otra mala cara al recepcionista y empecé a arrastrar mis pies hasta mi habitación, me estaba comportando como una nena chiquita y lo sabía, pero odiaba que con un poco de plata se pudiera hacer cualquier cosa en cualquier lado.

Entré a mi habitación y cerré de un portazo para avisar que había llegado, Paulo se asomó tímido desde la cocina y sonrió inocente. No sé que cara tendría ahora, pero a deducir por su reacción, seguramente no era para nada una buena.

—¿Qué hacés vos acá? —cuestioné sacándome las chanclas y acomodándome un poco el pelo.

—Hola Nicole. Bien, ¿Y vos? —soltó sarcástico y se cruzó de brazos. Ah no, ni se te ocurra ser más berrinchudo que yo—. Te vine a visitar porque quiero que vayamos a merendar.

—¿No tenés una novia para eso?

—¿Estás celosa? —sonrió y me dieron ganas de revolearle la ojota para que me deje de mirar así—. Siempre tengo tiempo para vos, ¿Vamos a merendar o merendamos acá?

—¿Tu mami ya no te hace la chocolatada, Dybala?

—Me gusta más la chocolatada de Nini en realidad.

No pude evitar reír y lo odié por eso, estando cerca de Paulo sentía como si colapsara de tranquilidad, como si estuviera drogada. Como si la droga fuera solamente estar con él.

—¿Y vos qué onda? —cuestioné acomodándome un poco en el sillón—, ¿Cómo se siente levantarse y ser campeón del mundo?

—Nah —hizo un ademán con su mano y soltó una carcajada—. No me despierto todos los días pensando que soy campeón del mundo, así como vos no te levantas todos los días diciendo "Uy, soy una cantante del país campeón del mundo", ¿O no?

Alcé una ceja indignada y quise burlarme de él, pero no lo iba a hacer.

—Seh, yo sí —confesé y lo ví sonreír—. Olvidate, cuando estoy de mal humor me acuerdo que soy Argentina y se me pasa.

—¿Vos sí? Ah bueno, qué hija de puta.

Me encogí de hombros y camine a la cocina para sacar dos tazas, iba a hacer chocolatada fría por la única razón de que caliente no me gusta y él se iba a tener que fumar eso. Igual no dijo nada cuando puse la leche fría directo en las tazas, saqué una caja de cacao y les puse una cucharada bastante generosa.

—Ponele azúcar al mío.

—Sos un psicópata, ¿Cómo le vas a poner azúcar a la chocolatada? —fruncí los labios pero cumplí con su pedido y saqué dos barritas de chocolate para poner una en cada taza—. Ayer hice bizcochuelo marmolado, fíjate que lo guardé en un tupper para que quede húmedo.

Mientras que yo llevaba las tazas a la isla de la cocina, él buscaba en la heladera lo que le había pedido y agarraba las cajas de cereal que tenía en la alacena. Noté que su mirada se desvió a la basura y arrugó su nariz.

—¿Qué es eso negro que está ahí? —preguntó acomodando todo y sentandose a mi lado.

—Ah, pizza —respondí sin darle mucha importancia y tomé un sorbo de la chocolatada—. Se me quemó un poquito.

—¿Un poquito? Pensé que era carbón.

De vuelta, me hizo reír. Me sorprendía su capacidad para no hacerme enojar en ningún momento, desde que había llegado solo me había hecho reír y ofender alguna que otra vez, pero no me había hecho enojar y eso que Paulo era una persona bastante...irritante.

—Estás re linda hoy —soltó tomándome por sopresa—. Me gusta mucho como te queda el flequillo.

—¿Leandro está en Italia, no? —pregunté intentando evadir su comentario y asintió.

—El Lauta también creo, ¿Por?

—Sí, el Tucu también está acá. Se está recuperando de su lesión —comenté un poquito más tranquila—. Me puse a pensar en lo que me dijiste la otra vuelta, y quería ir a verlos pero no sé cómo se lo van a tomar.

—Si querés yo te puedo acompañar, para bancarte desde afuera y que no te sientas tan incómoda.

—No sé —me permití dudarlo un poco—. Tampoco quiero molestarte o intervenir en tus planes.

—Nunca hago nada aparte de entrenar —dijo rápido y se encogió de hombros—. Además no veo a los pibes desde diciembre, así que si querés mañana cuando salga de entrenar te paso a buscar y vamos.

—¿Por qué sos tan bueno conmigo, Paulo?

Las palabras salieron de mi boca por si solas, se notó bastante que la pregunta tomó por sorpresa a Paulo porque se quedó tildado unos segundos. Noté que dudaba sobre que decir y pensé que tal vez no había sido el mejor momento para preguntarle eso, pero esa duda me acompañaba desde el primer día en el que lo volví a ver.

—Porque estar con vos me da la paz que hace años no sentía —sonrió nostálgico—. Me gusta estar con vos y sinceramente no sé cómo hacés para seguir teniendo ese efecto conmigo. Pero después de tantos años, seguís siendo mi debilidad Nicole.

Sentí a mi pecho latir con fuerza, estaba más emocionada de lo que quisiera admitir y me daba bastante miedo que todo sea un sueño. Apreté mis manos varias veces por los nervios e incluso me pellizque para comprobar esa teoría de las películas.

—Nunca dejé pensar en vos —confesé por fin y su mirada se iluminó—. Aunque no veía ninguna noticia tuya ni ninguna red, siempre me preguntaba qué había sido de tu vida y cómo estabas.

—Yo tampoco dejé de pensar nunca en vos —sonrió y bajó la mirada—. La diferencia era que yo siempre estuve pendiente a cómo era tu vida, siempre revisaba tu perfil, leía noticias que te vinculen.

—Corte acosador —intenté bromear y lo escuché reír.

—Corte acosador.

MIDNIGHT RAIN-Paulo Dybala ✓Where stories live. Discover now