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Abril, 29. 2023
Milan, Italia.

—El vestido me aprieta en la cintura —hablé, quejándome por tercera vez.

Matt llevó ambas manos a su cabeza en señal de frustración, supuse que ese era su método de autocontrol para no tirarme a mi del auto en marcha.

—Se supone que está hecho para que te apriete la cintura, pero como no soy modista mejor no opino —ironizó.

Íbamos camino a la gran cena de homenaje, mi vuelo había salido demorado así que me había perdido los discursos y, básicamente, toda la parte aburrida de las fiestas. Además había estado todo el viaje durmiendo así que estaba fresca como una lechuga y de muy buen humor, lo que ponía a Matt de mal humor.

—¿Conozco a alguno de los que van a estar? No quiero estar toda la cena sin charlar, ya que alguien piensa abandonarme porque tiene una cita —lo miré de forma acusatoria y en lugar de sentirse mal o culpable, solo sonrió emocionado.

—Sí, tal vez conozcas a una o dos personas —murmuró en voz baja.

Ni siquiera me acompaño hasta la puerta cuando llegamos, solo me hizo bajar como un paquetito, se despidió y se fue. En verdad espero que su cita salga bien, porque sino esto le va a costar muy caro, va a perder a su compañera de noches de cine de terror favorita.

—Señorita Agüero, por aquí por favor —una mujer que estaba vestida de mozo hizo un ademán con su mano para que la siguiera, mientras que en la otra sostenía un pañuelo como en las películas.

que elegancia la de Italia.

—Mesa trece, espero que se sienta cómoda —me sonrió en forma de despedida y se fue.

No había nadie sentado en mi mesa, solo habían uno o dos sacos y algún que otro abrigo acompañado de una cartera. Solo habían dos opciones; o todos habían tenido ganas de hacer pis al mismo tiempo, o a ninguno le caigo bien y desparecieron porque se enteraron de que me iba a sentar con ellos.

Ninguna de las dos es posible, es decir, todos me aman.

—Que ni se note que trabajé mi amor propio —pensé en voz alta.

A lo lejos, pude escuchar una risa escandalosa que me hizo girar la cabeza hacia todos lados como una nena perdida que busca a su mamá. Me levanté de un salto y empecé a correr hasta la mesa cinco, dónde un Harry contento hablaba y carcajeaba con una rubia que no reconocí, pues estaba de espaldas.

—¡Harold! —llamé su atención, emocionada por verlo.

—¡Nicolás!

Para cuando se levantó de su silla, yo ya lo estaba abrazando y ambos reíamos como dos tontos que no se habían visto por años. Cuando solo habían pasado un par de meses.

Harry llevaba un traje color bordo bastante formal, que me recordó a cuando éramos dos adolescentes que no conocían nada del mundo pero se sentían geniales llevado portes de adultos serios e imponentes.

—No pensé que vendrías —admitió con una media sonrisa—. Mira, Gigi está aquí.

Me di media vuelta y en efecto, la rubia que había visto de espaldas sonreía acusatoria cuando se levantó para darme un fuerte abrazo con su usual y contagiosa alegría.

Miré a mi mesa, que aún estaba vacía y después miré a la de ellos, que cada vez estaba más llena.

—Bueno, tengo que irme. Mis compañeros de mesa están desesperados por mi ausencia, nos vemos más tarde.

Después de despedirme de ambos, volví a la mesa que tenía un número trece en dorado sobresaliendo como un centro de mesa. Luego, una rubia bastante conocida se sentó al frente mío y cuando se percató de mi presencia, se llevó una mano a la boca, sorprendida.

—¿Nicole?

—¿Camila? Hola, ¿Cómo estás? —sonreí bastante incómoda, cuando las otras dos personas faltantes llegaron a la mesa.

Junto a Camila, se había sentado Leandro Paredes que sostenía una amplia sonrisa por verme, o al menos eso creí. Me dió bastante miedo mirar a mi costado, ni siquiera supe por qué, pero no quería hacerlo.

Leandro se acercó a darme un beso en el cachete y un mini abrazo antes de hacerle una cara rara a quien sea que estuvo sentado a mi lado, y volver a su lugar junto a su mujer.

—Hola, Nini.

Nunca en mi vida había sentido tantas ganas de asesinar a alguien como ahora lo estaba haciendo con Matt, no podía creer que hubiera permitido que me sentaran en esta mesa. Con estas personas.

—Hola, Paulo.

El ambiente tenso no paso desapercibido, ninguno de los cuatro había mencionado palabra alguna por los primeros treinta minutos en los que nos trajeron un plato de sopa y pusieron un vídeo de agradecimiento en una proyección que ocupaba casi todo el lugar.

—Está rica la sopa, ¿No? —mencionó Camila un tanto tranquila, pero yo no había probado un solo bocado.

—No como sopa —intenté sonreír, pero a deducir por la cara de la chica, supuse que había hecho una mueca—. Es raro que nos hayan puesto juntos, ¿No?

—Somos los únicos argentinos del evento —me contestó Paulo, pero no pude atreverme a mirarlo—. Además, nos conocemos entre todos, por eso nos habrán puesto juntos.

No dije más nada, nadie lo hizo. Cuando terminaron la sopa y vinieron a buscar los platos para avisar que la próxima comida estaría en treinta minutos, Leandro sacó a Camila a bailar y yo me quedé sola junto a Paulo, tomando de mi copa de vino como si fuera infinito y como si estuviera tomando agua.

—Escuché tu última canción —habló Paulo, obligandome a mirarlo por primera vez en la noche—. Me gustó mucho, es... Metafórica.

—Gracias —musité y volví a tomar de mi copa. Pero me sentí como una maleducada cuando noté su mirada sobre mi—. Vi tu partido, lamento mucho tu lesión.

—Hay cosas que duelen mucho más que una lesión, esto se cura —sonrió, con esa sonrisa tan radiante y carismática que solo él sabía hacer.

—Supongo que sí.

Ahora fue él quien le dió un sorbo a su copa de vino y pareció tener una lucha interna, sobre si seguir o no con la conversación.

—Sí —repitió—. Esperaba que fueras.

—¿Disculpa?

—Al partido, esperaba que estuvieras ahí.

Sentí que me ahogaba con mi propia saliva pero me obligué a sostener la tos dentro de mí boca.

—Perdón, no tuve tiempo.

—Tal vez no, pero lo prometiste.

MIDNIGHT RAIN-Paulo Dybala ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora