44

360 64 4
                                    

Se sentía enfermo. Realmente muy enfermo.

Sus lánguidos brazos se mecían de izquierda a derecha mientras caminaba. Con la mente ida en otro mundo, enfocado sólo en observar de esquina en esquina aquella preciosa cabellera dorada que siempre había visto. Las personas a su alrededor dejaban ver una cara de espanto cuando sus ojos se encontraban. Sabía que posiblemente fuera su apariencia descuidada y moribunda lo que llamaba la atención de los peatones que estaban cerca de la carretera. Uzui pasó saliva con dificultad antes de morder su seco y partido labio inferior. Se metía en cada callejón posible. Habido y por haber. Hacía lo que podía e intentaba imaginar y predecir donde estaría, no obstante sus resultados no daban abasto a la cruda realidad.

No tenía a Zenitsu. Se le había ido. Como el agua entre los dedos se le había escurrido sin que él se hubiese dado cuenta. Entre el desastre que se había formado ese día, se había visto alejado de su cuerpo y de repente ya no estaba en ningún lado. Había encontrado su celular esa noche, casi a punto de morirse, pero estaba bien porque prendió. Al buscar en donde se hallaba, no logró identificar mucho y después de algunas horas, el punto que dejaba entrever la ubicación de Zenitsu se había convertido en un fantasmagórico recuerdo. Ahora que había pasado algún tiempo, se sentía perdido y alejado de la vida. Zenitsu se había convertido en su todo. Él era su diversión, su amor, su persona favorita, era su enojo, su odio, su problema. Absolutamente todo. No tenerlo era experimentar una cruel y mortífera soledad, la muerte se le acercaba a cada paso que daba y las nubes se reunían para burlarse del corazón roto que ahora parecía atacar a cada zona de su cuerpo.

Se movió entre sus piernas débiles y azotó una puerta de una cantina de mala muerta que había visto a la lejanía por un letrero escrito en neón. Poca gente estaba reunida ahí dentro. Caminó en silencio y se tiró a una de las butacas donde la música en español destrozó sus tímpanos. Una mujer de más de cuarenta años le ofreció una lata de cerveza que él negó. Si bebía diría todo y a pesar de su suerte por no haber sido capturado, seguro alguien tomaría el papel de delator. Sentía un punzante dolor de cabeza que le acompañaba todo el tiempo. Con los ojos cristalizados y la boca seca. Estaba perdido.

Alzó un poco su cabeza y se sorprendió de hallar en medio de la penumbra una cabellera de oro. Sus piernas se estremecieron por instinto y las ansias de poderío volvieron a él como una oleada. Pero se llevó una gran decepción al percatarse de que no era Zenitsu. Con una leve inclinación notó a una mujer. Era prominente, aunque se veía descuidada. Se dejó caer y de la frustración sólo optó por apretar un poco la mesa a su izquierda, que tenía una pila de periódicos antiguos que ya nadie leía.

¿A dónde se habría ido? ¿Con quién? Zenitsu no conocía para nada Colombia. Había sido muy cuidadoso con el hecho de provocar ignorancia en él. No sabía el idioma porque había contratado un servicio en japonés y pocas veces Zenitsu había demostrado interés en ello. No lo dejaba salir para que no recordara el camino y se perdiera entre la nada. Ni siquiera permitió que tuviera amistades que pudieran sacarlo de su camino. Es decir, era un completo desconocido de donde se hallaba y aún así... Aún así había podido escaparse. Joder. Iba a encontrarlo y por más que le gustara, cortaría todo su cuerpo para dejarlo atado.

Bajó su mirada. Un estruendo le hizo mirar hacia la derecha. Un grupo de muchachas entró en medio de carcajadas y tropezones. Parecían estar borrachas. Desvió sus ojos y negó otra lata de cerveza que le ofrecieron. El techo le pareció más interesante. Tenía que pensar bien. Era más que notable y obvio el saber que Zenitsu había recibido ayuda de alguien más. En medio del caos formado en el hotel, la desaparición de los principales magnates y luego la herida de Zenitsu, todo había tenido que estar planeado. Movió su cuello de un lado al otro hasta que sintió que una chica de esas que había entrado cortaba las distancias entre ellos. Sus ojos desorientados y la sonrisa boba advirtieron que sería una mujer difícil de sacar de encima. De esas que en vez de mujer, deberían llamarse pulgas.

Uzui [UzuZen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora