39.

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Cuando Kaigaku se había ido, Zenitsu no supo qué hacer. Desatado, con el cuerpo más magullado de lo que estaba y con un intenso e insoportable dolor en su trasero sangrante, lloraba mientras miraba la pared. Tenía la mente revuelta en un huracán de feos sentimientos que sólo salían en abundantes lágrimas de sus ojos hinchados. La sensación de haber sido utilizado para placer y burla ajena le provocó arcadas que se tragó para no manchar más aún la cama en la que estaba. Kaigaku poseía una resistencia increíble y envidiable, y había tenido más de tres orgasmos mientras le decía las barbaridades que Uzui había hecho en su vida y Zenitsu estaba en un punto donde ya no sabía siquiera si estaba vivo. Parecía flotar en un espacio cerrado, donde no escuchaba a nadie y donde la gente no le hacía daño.

El supuesto plan había ido a la mierda, de igual forma. Poco le importaba.

Observó con la visión desenfocada una de las mesas a su lado. Estiró su brazo y comenzó a tocar las cosas que se hallaba ahí, pero no encontró nada. Miró a su alrededor tembloroso y ahogó un grito desgarrador cuando su cuerpo sangró por el movimiento. Ignoró la cama manchada de sangre y el semen mezclado en esta y contempló el piso. Se percató de algo extraño a la distancia y cayó con violencia al suelo cuando intentó acercarse.

—¡Agg! —gruñó con los labios partidos y las lágrimas en su rostro. Gateó hasta lo visto y se sorprendió de notar que era un cuchillo. Sus ojos brillaron de emoción. Ahí, ahí estaba la solución de todos sus problemas.

La tomó vacilante y observó, de nuevo, a todos lados. Llevó el filo a sus muñecas. La izquierda. Tenía miedo, pero no quería sufrir más. No sabía que sentir ni que decir ni que hacer. Se sentía fuera de foco, fuera de sitio, desconocido, perdido, vulnerable. No sabía en quién confiar. No sabía quién le decía la verdad. Uzui le había mentido tantas veces que los demás a su lado parecían santos. Contempló el filo del cuchillo. Parecía que se habían olvidado de él porque estaba manchado y oxidado. No importó si le daba tétano con eso, mejor aún.

No cortó. Mejor dicho, no cortaba. El cuchillo no tenía el filo suficiente. Rabioso lo tiró a otro lado y miró las sábanas. Se levantó con las rodillas temblorosas y las agarró. La tiró arriba de la lámpara en la cama varias veces y luego la aseguró con dolor en sus ojos. Se puso en la cama, se levantó y colocó las mantas en su cuello. Bien, lo haría. Se iría a la mierda de ese jodido mundo. La amarró como quiso y cuando la tuvo lista y estaba dispuesto a saltar, Uzui abrió la puerta.

Un silencio sepulcral se hizo presente cuando Uzui se quedó mirándole. Serio y con los ojos bien abiertos. Zenitsu hizo un puchero inconsciente y comenzó a llorar porque su patético plan se había ido a la mismísima puta.

—Baja de ahí, ahora —susurró el hombre con un tono extraño, pero con los ojos vivaces en el odio.

—D-déjame morir, por favor —suplicó ahogado en llanto—. Deja que me muera, Uzui. Quiero morir, desaparecer.

—Baja —ordenó de nuevo.

—¡Por favor! ¡Quiero irme! ¡Uzui, por favor!

Sus ojos, aún bien abiertos, no tenían empatía ni simpatía ninguna.

—Tú eres mío. No tienes derecho a pensar en que puedes hacer esa mierda.

—¡No soy tuyo!

—Ah, otra vez volvemos a lo mismo —se quejó. El fastidio en su voz le hizo estremecerse—. Eres mío. Lo sabes. Tu vida es mía. Yo decido si mueres o no.

Zenitsu no podía creer eso. Alzó una pierna. Uzui se tensó y sacó una pistola que le apuntó.

«Baja o te dejo sin piernas. No estoy jugando, Zenitsu.

Uzui [UzuZen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora