46. Decisión | Parte 2

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Solo bastaron segundos de desconcierto, segundos que dentro de la cabeza de Pedro parecían eones. Miguel tomó sus palabras como si fueran extrañas y no pertenecieran a la realidad, sus ojos dejaron de enfocarse, sus párpados se contraían ligeramente producto de la desorientación; y solo después de procesar aquella confesión, la expresión de sorpresa se deformó dando paso a un rostro con el ceño fruncido, la mirada cargada de enojo, los labios apretados y sus fosas nasales expandiéndose por las fuertes respiraciones.

Miguel soportó otros pocos segundos tratando de reprimir la ira contenida. Lo que muy en el fondo anheló hace semanas, ahora se le era revelado con palabras que parecían sonar sinceras.

¿Eso le ponía feliz? En lo absoluto. Lo único que sintió al oír a Pedro, fue una completa repulsión, rechazo, pesadez, un revuelco en sus entrañas que le daban arcadas. Decir eso, a esas alturas, no era más que añadir leña al fuego, un fuego que creyó extinto al entender que así como él, habían personas que se ofuscaban ante confesiones de quienes creían eran sus amigos.

Una parte de él quiso entenderle o por lo menos dejar pasar aquello como un incidente desafortunado, y más adelante, quizás cuando se le pase el flechazo y la tristeza de lo que no podía ser, podría por fin alimar asperezas y ser amigos, aunque sea lejanos.

Ahora, su confesión solo alimentó los rencores de todo el tiempo al lado de Pedro. Si bien lo que le hizo hace un par de semanas fue la gota que derramó el vaso, en ese momento Miguel recordó el mal rato que el mexicano le hizo pasar cuando se consiguió una novia, a quien por cierto engañó y casi obligó a Miguel a ser el tercero en discordia.

Recordó como se sintió el día que Pedro le dijo que tenía una novia, cuando se la presentó, y no suficiente con eso, hizo de la casa donde ambos vivían, un nido de amor en donde el peruano terminaba sobrando.

Así que, rechinando sus dientes le dijo:

— ¿Acaso te estás burlando de mí?

Pedro fue tomado por sorpresa esta vez, así que negó inmediatamente.

— Miguel, yo...lo que digo es verdad...

Miguel sentía tanta rabia, rabia porque parecía que era sincero, incluso su mirada y gestos le decían que no bromeaba y que en verdad lo sentía, vislumbrando inclusive un poco de esperanza. Tenía rabia porque aunque detestara todo lo que ocurría en ese momento, su propio organismo lo traicionaba, lo traicionaba tan fuerte al punto de acelerar su pulso, exponiendo los fuertes latidos de su corazón contra su caja torácica, latidos tan fuertes que se hacían oír en sus sienes; y no contento con eso, en su estómago se producía el rápido aleteo de mariposas que hacían temblar al pobre y acorralado Miguel.

Sus labios temblaron aun sin saber que decir. Pedro no dejaba de verlo, de aprisionarlo con aquellos intensos ojos chocolate. Quizás veía su debate interno y quería aprovechare de eso. Era tan malvado.

— Claro. —al final pudo volver a sus sentidos y se soltó del agarre de Pedro— Como si es que rechazar y humillar a una persona de pronto te hiciera amarla. Es tan común. —bromeó con cinismo.

— No Miguel, no es así... —su mano siguió extendida, rehusándose a perder el recuerdo del toque de Miguel— Yo solo...

— ¿Tú solo qué? No me digas que mágicamente al final te diste cuenta de tus sentimientos que siempre tuviste. Porque eso es tan estúpido como el hecho de creas que te voy a aceptar.

Con esas palabras en el aire, la mano extendida de Pedro bajó, así como sus casi nulas esperanzas. Él no podía rebatirle tan fácilmente, porque aunque fuera una locura, esas eran las palabras que tenía que confesar.

Te odio pero te amo || MexPer ||Where stories live. Discover now