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Años después.

El Imperio.

Bufé de molestia mientras intentaba controlar las tiras de la falda que llevaba puesta, procurando mantenerlas en su sitio. La parte trasera del carro donde viajábamos todas aquellas chicas —secuestradas y vendidas al mejor postor, un hombre del Imperio llamado Al-Rijl que se encargaba de proporcionarle al Emperador diversión— no paraba de moverse de un lado a otro debido a lo inestable que era la calzada por la que nos movíamos en aquellos momentos.

A mi alrededor, las chicas que había escogido Al-Rijl pegaban sus cuerpos las unas a las otras, intentando mantener el poco calor que manteníamos allí dentro... además de encontrar un poco de consuelo en sus compañeras; las observé en silencio, fijándome en sus rostros. En sus expresiones.

Había una amplia variedad de emociones que cruzaban los rostros de aquellas jovencitas. Sin embargo, había algunos sentimientos que se reflejaban con asiduidad en sus caras: resignación, horror, miedo ante lo desconocido. Determinación.

Mantuve la mirada clavada en Enu. Ella era un par de años mayor que yo, y mi compañera en aquella arriesgada idea; su piel olivácea parecía ser más oscura debido a la oscuridad que reinaba en el interior de la carreta donde nos transportaban como si fuésemos animales. Sin embargo, sus ojos castaños parecían resplandecer con luz propia.

Con el fuego de la venganza.

Enu pertenecía a los rebeldes. Al igual que yo.

Había sabido que mi padre formaba parte de su organización desde niña y, tanto mi padre como mi madre, siempre me habían enseñado a que no debía hablar con nadie de ello; me habían advertido de las consecuencias que tendrían para mi padre y para nosotras —tanto mi madre como yo, pues el Imperio no hacía excepciones siquiera con los niños— si alguien descubría que mi padre era un rebelde.

Cuando mi madre fue asesinada por el Imperio le exigí a mi padre que me dejara entrar definitivamente al grupo. Al principio se había negado... aunque finalmente había cambiado de opinión gracias a la inestimable ayuda de Cassian, quien se había encargado de abogar por mi unión oficial a los rebeldes.

Y allí me encontraba: dentro de un carro lleno de chiquillas sollozantes que iban a servir de mera diversión para la fiesta privada que iba a dar el Emperador.

Los rebeldes habíamos tardado mucho tiempo en lograr que Enu y yo pudiéramos encontrarnos entre ellas. No había sido fácil llegar hasta Al-Rijl, y mucho menos convencerle de que nos comprara, creyendo que éramos dos huérfanas que habían caído en manos de rufianes que solamente buscaban un puñado de dracmas imperiales, además de trishekeles para poder comerciar con los bárbaros que venían de fueras de nuestras fronteras; con todos aquellos que no pertenecían al Imperio.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora