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Después de la profunda conversación que había mantenido con mi padre, donde había podido ver el alcance de sus sentimientos hacia mí, decidí empezar a cumplir con mi promesa. Me quedaría allí, fingiría ser una chica más hasta que las aguas hubieran vuelto a su cauce o mi padre despejara el camino de informadores y espías; me resignaría a aplazar de nuevo mi venganza.

Aquella misma mañana, mi padre se había despedido de mí con un beso en la sien, como siempre habíamos hecho cuando tenía que marcharse; en su mirada pude apreciar un recordatorio de todo lo que habíamos hablado, de la promesa que le había hecho sobre mantenerme apartada. Sobre no meterme en más líos.

Le acompañé hasta la puerta, donde nos abrazamos a modo de despedida final.

—Regresaré esta noche.

Sabía que estaba obligándose a volver a casa por mí pues, en el mes que casi había pasado fuera de allí, había preferido regresar a la base escondida de los rebeldes; no en vano el aspecto que presentaba la casa era de casi abandono porque mi padre no había puesto un pie allí a excepción de algunas paradas en la casa de manera obligatoria para no levantar sospechas de los vecinos.

Asentí ante su promesa de regreso y me quedé apoyada en la puerta mientras observaba a mi padre marcharse. Mordí mi labio inferior al contemplar su hundida espalda, producto de años cargando con multitud de peso —y no solamente me refería a un sentido físico, los secretos también tenían parte de culpa—; mi padre no tenía un empleo fijo debido a su segunda vida, prefería trabajar en cualquier puesto que se le ofreciera y que no significara responder a muchas preguntas.

Algo sencillo que nos ayudara a subsistir.

En cambio, yo ni siquiera había valorado la posibilidad de encontrar un empleo que pudiera ayudarnos a ambos a seguir adelante. Me había centrado únicamente en mi venganza, en pasar el mayor tiempo posible con los rebeldes para poder prepararme para el futuro, para saber cómo podría derrotar a esa nigromante.

Sacudí la cabeza mientras regresaba al interior de la casa. La pila de ropa sucia había alcanzado niveles críticos y mi padre jamás se atrevería a bajar hasta el pilón donde el resto de mujeres se reunía para hacer sus respectivas coladas; con un suspiro de resignación, regresé a mi diminuto cuarto para vestirme. Luego cogí el canasto que servía para llevar la ropa sucia y salí de la casa con claras intenciones.

Bajé con energía la manga del brazo donde tenía el tatuaje, cerrando la puerta a mi espalda y descendí las escaleras que llevaban a la calle. Me metí de lleno en mi papel cuando una de nuestras vecinas, la señora Hakimi, se me acercó con claras intenciones de indagar en el motivo de mi ausencia.

—Jedham, qué sorpresa verte...

Sus ojos me estudiaron de pies a cabeza, deteniéndose segundos después en mi rostro con una expresión que parecía significar que la historia ficticia que debía haber extendido mi padre coincidía con mi aspecto; a pesar de ello no me relajé en absoluto, la prueba aún no había terminado.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora