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Sentí algo húmedo deslizándose por mi rostro, arrancándome de la oscuridad a la que Perseo me había condenado gracias a su poder, gracias a su velocidad

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Sentí algo húmedo deslizándose por mi rostro, arrancándome de la oscuridad a la que Perseo me había condenado gracias a su poder, gracias a su velocidad.

Gracias a mi titubeo.

Entreabrí los ojos con esfuerzo, descubriendo el rostro descubierto y sin máscara del nigromante inclinado sobre mí. Tomé consciencia de lo sucedido cuando vi las paredes de piedra, cuando sentí a mi espalda la dureza de la madera... el inconfundible aroma a podredumbre que viciaba el ambiente: estaba en una celda. Pero no una de las que pertenecían a las cuevas, otra distinta.

Un gemido de horror brotó de mis labios mientras mi cuerpo se deslizaba por el asiento donde estaba tendida, apartándome de él. Chocando contra la pared que había a mi espalda. No se me pasó por alto el brillo de dolor que pasó por su mirada al ver mi reacción, pero el temor que se agitaba en mi estómago, revolviéndomelo, por el lugar donde había terminado hizo que apenas sintiera un pellizco en el pecho.

—Cuidado —me pidió a media voz, respetando la distancia que había entre los dos.

Busqué apoyo en la pared, colocando una mano sobre la fría piedra. Me permití unos segundos para contemplar el reducido espacio de aquella celda donde Perseo me había llevado; había briznas de paja dispersas por el suelo... algunas de ellas manchadas de rojo. Aparté a toda prisa la mirada, devolviéndola al rostro pálido y ensombrecido del nigromante.

—¿Dónde estoy? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

Simplemente necesitaba una confirmación por su parte.

—Estamos... estamos en las mazmorras del palacio —contestó Perseo, bajando aún más la voz.

Me alejé aún más, reuniendo las fuerzas suficientes para deslizar mis inestables piernas hasta el suelo y ponerme en pie. Tuve que ayudarme de la pared para avanzar por allí, alejándome mucho más de donde Perseo se encontraba acuclillado; a través de las rejas pude ver un largo pasillo, con otras celdas dispuestas a ambos lados. Algunas de ellas ocupadas.

Rebeldes.

El aire se me atoró en mitad de la garganta al ver rostros que no me resultaban indiferentes, rostros que había visto aquella misma noche, antes de que los hombres del Emperador irrumpieran en las cuevas. Antes de que Perseo usara su magia para detenerme, condenándome a aquella celda y lo que vendría después.

Di la espalda a las celdas contiguas, enfrentándome al nigromante, que continuaba inmóvil en la misma posición. Sus ojos azules me seguían en silencio, con un poso de tristeza y arrepentimiento en el fondo de ellos.

—Me has condenado —le acusé.

Aquellas palabras hicieron que Perseo reaccionara, poniéndose en pie y dirigiendo sus pasos hacia donde yo estaba detenida, con la espalda presionada contra la pared cubierta de barrotes.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora