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No podía seguir retrasando mi partida por mucho más tiempo

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No podía seguir retrasando mi partida por mucho más tiempo. Tras la visita del sanador, apenas tardé un par de días en recuperar las fuerzas suficientes para salir de la cama y, por ende, volver a la rutina como doncella; los estragos causados la noche del atentado contra el Emperador todavía eran visibles, a pesar del empeño que habían puesto los esclavos para tratar de devolver la finca a su antiguo esplendor.

Como si aquello fuera suficiente para olvidar.

Me removí en mi vestido mientras Aella fingía que todo había vuelto a la normalidad. Las ojeras que antaño marcaban su prístino rostro habían desaparecido casi por completo y sonreía con más facilidad, sin artificios o gestos forzados; la perilustre no había faltado a su palabra de supervisar mi recuperación, aunque tenía la sensación de que sí lo había hecho en lo referido a Perseo.

La última vez que nos habíamos visto fue aquella noche donde la Resistencia trató de asesinar al Emperador, pues no podía contar el extraño sueño —que no resultó ser tal, como creí en un principio— donde Aella y Perseo se reunieron en mi dormitorio mientras estaba bajo los efectos de la mezcla que el propio sanador me había procurado para «acelerar todo el proceso».

—Necesito hablar contigo —dije cuando estuvimos a solas.

Aella despegó la mirada de la hilera de vestidos que habíamos dispuesto sobre su cama para una salida que tenía programada junto a alguna de sus amigas y me miró con una expresión curiosa.

Lo sucedido aquella noche parecía haber cambiado ligeramente nuestra relación, haciendo que las formalidades quedaran olvidadas por completo. Me adelanté unos pasos, entrelazando mis manos para impedir que siguieran moviéndose con nerviosismo; la mirada de Aella me recorrió de pies a cabeza de manera inconsciente, quizá cerciorándose de que todo continuara en orden. Que no hubiera una nueva recaída por mi parte.

—Me marcharé pronto —anuncié sin preámbulos.

Mi promesa hacia Perseo de quedarme allí se había extendido demasiado tiempo: tras reincorporarme a la rutina pude escuchar algunos de los rumores que todavía corrían sobre la noche del intento de asesinato. El estómago se me agitó con virulencia cuando oí que pudieron atrapar a algunos de los implicados, recordando las duras palabras de Darshan sobre el funesto destino que les aguardaba.

Pero también sentí una oleada de nauseabundo alivio cuando fui consciente de que Perseo no pareció relacionar mi extraño comportamiento de aquella noche con lo sucedido. Como tampoco relacionó la muerte de Rómulo conmigo.

Aella pestañeó, confundida.

—Perseo me prometió liberarme de todo esto una vez las aguas volvieran a su cauce —le expliqué, procurando que la voz no me temblara al mencionar a su primo—. Y creo que ha llegado el momento.

Aella me observó con una expresión serena, como si la noticia de mi inevitable marcha no supusiera para ella nada en absoluto. Ya había tenido que ver irse a varias de sus doncellas, quienes no habían podido con la presión de lo sucedido y había querido regresar a la seguridad de sus familias sabiendo que no eran potenciales objetivos de la Resistencia; yo no sería diferente, quizá una más de aquellas bajas que había tenido que soportar en aquellos días que habían transcurrido.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora