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Perseo no respondió a mi pregunta sobre sus costumbres a la hora de dormir

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Perseo no respondió a mi pregunta sobre sus costumbres a la hora de dormir.

Me hizo deslizarme en primer lugar entre las mullidas mantas mientras que él se retrasó unos instantes para deshacerse de la túnica que había llevado en la fiesta, revelando la fina camisa blanca que llevaba debajo, acompañándome segundos después; me quité con cuidado la diadema que su prima me había enviado y la coloqué sobre la mesita que había junto a uno de los costados de aquella monstruosa cama. El corazón empezó a aporrearme dentro del pecho cuando Perseo me siguió, metiéndose conmigo entre aquellas lujosas ropas de cama.

Pensé en lo extraño que resultaba que nuestros cuerpos se encontraran el uno junto al otro; pero estaba conforme con mi decisión de haber detenido las cosas antes de que llegaran a mayores. Notaba la cabeza embotada a causa del bebedizo que me había hecho tomar, el mismo que él empleaba cuando tenía noches difíciles; ahora que todo había terminado mi cuerpo empezaba a acusar lo sucedido. Era posible que Perseo hubiera hecho desaparecer las heridas, pero no había sido así con el cansancio que venía aparejado a esa ausencia de adrenalina.

Rodé sobre mi costado hasta quedar cara a cara con él. Sus ojos azules parecían resplandecer en la penumbra de su dormitorio mientras me observaba en silencio, quizá esperando a que el sueño viniera a por mí.

Alcé la mano con esfuerzo y mis dedos acariciaron su mejilla, la suavidad de su piel que hizo que mis yemas cosquillearan.

El azul de sus ojos se tornó cálido ante mi improvisado gesto. La timidez e indiferencia con los que me había tratado tiempo atrás se habían desvanecido después de que hubiera podido explicarse conmigo, exponiendo sus motivos; Perseo no había dudado un instante en mostrarse a corazón abierto, en mostrarse por completo. Sin límites, sin secretos.

La familiar sensación de mi propia culpa enroscándose en mi estómago me recordó que yo no le había devuelto aquel ápice de confianza por su parte. No le había confesado quién era en realidad, como tampoco que había aceptado su ayuda para estar más cerca del círculo del Emperador, buscando información sobre aquel hombre. Sus planes.

A través de las brumas del pesado sueño que estaba comenzando a arrastrarme consigo pensé en que Perseo se había enamorado de una mentira.

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Los primeros rayos de sol incidieron sobre mí, arrancándome de la dulce oscuridad sin sueños y pesadillas que me había cobijado después de que el brebaje de Perseo hubiera surtido efecto. Me removí entre las suaves y cálidas mantas que me rodeaban, además de un confortante brazo que se encontraba rodeando mi cintura; la tregua a la que había llegado con mi cabeza llegó a su fin cuando por mi mente desfilaron fragmentos de algunos de los sucesos que tuvieron lugar en la fiesta que Aella había celebrado la noche anterior. Especialmente los relacionados con Rómulo y sus dos amigos.

Las sienes me punzaron, haciendo que soltara un ligero gruñido de malestar. El cuerpo que había a mi lado, que presionaba contra el mío como un muro de protección adicional a las mantas que nos cubrían, se removió al escuchar mi sonido; no me hizo falta que girara mucho mi cuello para comprobar que Perseo estaba despierto: sus ojos azules, completamente despejados a pesar de la dura noche a la que tuvo que hacer frente, ya se encontraban clavados en mi rostro.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora