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Me desperté sola en el jergón. Palpé con cuidado el lado que había ocupado Cassian la noche anterior y comprobé que se debía haber marchado hacía tiempo, pues su hueco estaba frío; por debajo de las ventanas tapiadas podía ver la fina línea de luz que indicaba que era de día.

El fuego de la chimenea se había extinguido tiempo atrás, dejando en su lugar un pequeño montoncito de cenizas. El calor de la mañana había aumentado la temperatura, haciéndome sentir incómoda bajo las mantas que Cassian y yo habíamos amontonado a nuestro alrededor. Las aparté de un empujón y me senté sobre el jergón, recogiendo mi cabello para impedir que siguiera pegándoseme a la nuca.

Mi mirada vagó por la habitación, más iluminada a la luz del sol. Cass me había dicho que aquel sitio había sido señalado por los hombres del Emperador por haber albergado a un par de traidores, convirtiéndolo en un lugar seguro para nosotros; nadie se atrevería a poner un pie allí por el riesgo que entrañaba.

Aquel sitio nos serviría como refugio hasta que estuviéramos seguros de que el Emperador se había olvidado por completo de mí.

Me levanté del jergón con la firme intención de investigar más a fondo aquella casa. En mi tarea me topé con algunas botellas de vino, seguramente cortesía de mi amigo para las noches en las que tenía compañía; las cambié de sitio, movida por un sentimiento pueril. Deseando entorpecer las futuras reuniones clandestinas de Cassian en aquel lugar.

No supe cuánto tiempo había transcurrido hasta que escuché los ligeros pasos de alguien bajando por las maltrechas escaleras de madera. De manera inconsciente me oculté entre las pocas sombras que había en uno de los rincones, intentando pasar desapercibida; miré a mi alrededor, pero no tenía nada que pudiera utilizar como arma para poder defenderme.

Aguardé en silencio, a la espera de ver aparecer a la persona que se había colado en aquella casa. Sus pasos cada vez resonaban más cerca. Más pesados y contundentes.

—¿Jem? —la voz de Cassian resonó entre las paredes.

Se me escapó un suspiro de alivio mientras salía de mi escondite para toparme con mi amigo, que tenía los brazos llenos de provisiones. Mis ojos recorrieron con avidez todos los suministros que había traído consigo Cass, cayendo en la cuenta de su cantidad suponía más días de encierro en aquel sitio.

La mirada de mi amigo pareció cubrirse por una leve pátina de tranquilidad al verme aparecer frente a él. Temía que pudiera haber decidido desobedecerle y marcharme por las calles de Ciudad Dorada, corriendo el riesgo de verme al descubierto.

—Traes demasiado —hice notar.

Cassian bajó la mirada a lo que traía entre brazos.

—Nunca está de más ser precavido —respondió.

Me crucé de brazos y le seguí con la mirada mientras mi amigo depositaba todo aquello sobre una vieja mesa de madera que había apoyada en una de las paredes. Dirigí mis pasos hacia su lado para echarle una mano; la mirada de Cassian seguía clavada en las provisiones. Parecía estar haciendo una lista mental de todo lo que había conseguido en el mercado.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora