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Froté con mayor energía la tela del quitón mojado contra la piedra

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Froté con mayor energía la tela del quitón mojado contra la piedra. Darshan se había desvanecido después de aquel sorpresivo encuentro en el naranjal que había en los amplios jardines de la propiedad; Aella se había mostrado comprensible conmigo desde entonces y yo me había esforzado el doble por intentar cumplir con lo que se esperaba de mí.

Había aprovechado aquella misma mañana libre para bajar hasta la lavandería y lavar mis recambios del uniforme. Allí me había topado con algunos rostros que me resultaban ya familiares, que me habían seguido con la mirada, todavía guardando recelo sobre cómo alguien como yo —como ellos— había conseguido convertirme en doncella de una de las señoritas de la familia.

Se me escapó un inarticulado sonido de alivio cuando terminé y dejé la prenda húmeda en la desvencijada cesta donde había llevado los uniformes sucios. A mi alrededor los esclavos y resto de personal de la mansión se afanaba por ir de un lado a otro con prisa; ya había aprendido de manera indirecta que la paciencia del dominus era limitada en cuanto a las órdenes.

Aella se había encaprichado con organizar una pequeña velada en la mansión y su abuelo no había dudado un instante en cumplir sus deseos, usando su poderosa voz para que todo el mundo se pusiera en marcha. Lo que se tradujo en tener a Eudora acechando por cada rincón de la mansión mientras comprobaba que los preparativos seguían el curso correcto y se encargaba de corregir cualquier pequeño error que pudiera surgir.

Dentro de dos días tendría lugar la dichosa fiesta y Aella ya nos había advertido sobre que querría tenernos a todas sus doncellas a su lado, disfrutando con ella. Como si estar rodeada de perilustres y un desbordante lujo salido directamente de las arcas llenas de oro de la gens Horatia fuera uno de mis mayores sueños.

Me aseguré la cesta junto a mi cadera y me escabullí de la lavandería mientras un grupo de esclavas iban hacia allí cotorreando sobre las últimas novedades de la fiesta de Aella, un tema que había resultado ser bastante recurrente desde que el dominus hiciera su anuncio y consiguiente retahíla de órdenes a gritos.

Alcancé el vestíbulo sin toparme con Eudora, quien estaría encantada de sacarme algún fallo, por minúsculo que fuera, y dirigí mis pasos hacia la escalera que me llevaría hasta el primer piso cuando oí cierta agitación al fondo de la enorme sala, cerca de la entrada. Hice que mis pasos redujeran su velocidad y busqué un sitio cubierto desde el que poder ver qué sucedía.

Había prometido a Darshan tener información útil para nuestro próximo encuentro y no pensaba fallar.

No pensaba decepcionar a mi padre y a Cassian de ningún modo.

El mayordomo de la familia estaba cerca de los enormes portones, tapándome la visión de quien se encontraba al otro lado. La postura del hombre denotaba cierto nerviosismo, a juzgar también por los aspavientos de sus brazos; aquello llamó mi atención lo suficiente para asegurarme de que había hecho bien en quedarme allí.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora