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El resto del día transcurrió con monotonía. Estaba atrapada en casa, con un —a todas luces peligroso— fugitivo que había optado por retirarse a mi dormitorio con la excusa de su necesidad de descanso y una poco creíble dolencia en el abdomen, sin tener que hacer nada de interés; las tareas domésticas me aburrían soberanamente y pronto se acabaron, después de que hubiera conseguido terminar de poner orden tras aquellas semanas de ausencia donde mi padre había tenido que vivir solo.

Pensé en mi padre, en las largas ausencias a las que había terminado por acostumbrarme. Cuando mi madre todavía estaba viva, al menos las esperas no se hacían tan largas... tan asfixiantes; pero cuando ella desapareció, empecé a sentir que las paredes se me venían encima y le daban la apariencia a la casa de ser más pequeña de lo que realmente era.

Los primeros meses después de la desaparición de mi madre empecé a añorar a mi padre. Apenas era una niña y aquel hogar tan vacío se me hacía interminable; pronto tuve que aprender a subsistir sin la ayuda de mi padre o los útiles consejos de mi madre, cuyo cadáver jamás nos fue devuelto. Cuando acudía al pilón del barrio para poder hacer allí la colada podía sentir las miradas de algunas mujeres, la compasión de ver a una niña tan pequeña teniendo que hacerse cargo de ello sola; de no haber sido por la inestimable presencia de Silke y mi creciente amistad con Cassian, pues Eo en aquel entonces era un bebé que no dejaba de berrear, fijada a la espalda de su madre, no estaba segura de haber sido capaz de salir adelante.

La Resistencia, el secreto de mi padre, siempre había sido una parte fundamental de su vida... y la mía; su corazón estaba dividido y, por aquel entonces, yo empecé a odiar un poquito a mi padre y a su grupo de rebeldes. Había crecido desde bebé con las increíbles historias de hombres y mujeres que se enfrentaban al Emperador para sacarnos de la situación en la que estábamos atrapados desde que asesinó a toda su familia para hacerse con el trono; mi infantil imaginación echaba a volar mientras mi madre me relataba aquellos cuentos en la cama, cada noche. ¿Por qué no pudieron hacer nada por mi madre? Aquella pregunta se convirtió en una de las más recurridas después de que supiéramos que se la habían llevado en el mercado y luego que había sido ejecutada. ¿Por qué mi padre no había podido hacer más? Llevaba años dentro de la Resistencia, seguramente tenía poder... ¿Por qué no utilizarlo para intentar salvarla?

Pasé mucho tiempo haciéndome preguntas, culpando a todo el mundo. Especialmente a mí misma. ¿Por qué había sido tan estúpida de negarme a acompañarla?

Quizá, si lo hubiera hecho, ahora mismo estuviera muerta. Compartiendo espacio con los huesos de mi madre.

Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos de mi mente, devolviéndolos al rincón donde habían permanecido años. Encerrados y a buen recaudo, permitiéndome forjar mi venganza a fuego lento, preparándome para cuando tuviera la oportunidad de encontrarme cara a cara con su asesina.

Roma.

Los dientes me crujieron cuando apreté la mandíbula. La puta del Emperador, como la llamaban entre susurros, a sus espaldas; aquella poderosa nigromante era el efectivo más peligroso dentro de las líneas del Usurpador. Y la única que parecía compartir cama con el susodicho, alimentando así su posición y jerarquía dentro de su corte. Los rumores que circulaban sobre ella no eran escasos, como tampoco dejaban de ser jugosos y que acrecentaban el odio generalizado entre las gentes de la ciudad.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora