❈ 38

4.1K 678 83
                                    

          

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

          

Masajeé mi cuello mientras Aella hacía girar el enorme parasol con el que había decidido salir a los jardines, buscando protegerse de los inclementes rayos de sol mientras seguía lidiando con los restos de sus excesos de la noche anterior y que, según ella, «se trataba únicamente de una pequeña jaqueca».

Vita, junto a dos doncellas más —entre las que no se encontraba Sabina, gracias a los dioses—, seguían de cerca a la muchacha mientras yo me retrasaba lo suficiente para poder estudiar con mayor atención mi entorno. En aquellos pocos días que llevaba en la mansión apenas había tenido tiempo para centrarme en mi misión, en poner en práctica lo que mis instructores me habían enseñado: «Conoce el lugar que te rodea. Localiza las salidas.

»Encuentra una vía de escape.»

Lo único que había aprendido en aquel corto período de tiempo había sido el camino más rápido para llegar hasta las cocinas y la lavandería, evitando que cualquier retraso en las órdenes que me daba Aella pudiera ponerla de mal humor... o a mí en la calle.

Dejé que mi cabeza se moviera en todas direcciones, intentando crear un mapa mental de la propiedad. Bloqueé cualquier pensamiento que pudiera conducirme a pensar en Perseo, en la rabia que aún afloraba cuando recordaba el modo en que había jugado conmigo y sus identidades; en la visible indiferencia con la que había optado por tratarme.

Aella ya había encontrado un lugar idóneo donde relajarse y dejar que la resaca de la noche anterior terminara de desaparecer. Mis compañeras se afanaban por adecentar aquel trocito de césped que la chica había reclamado, sentándose mientras Vita peleaba con el parasol para impedir que los rayos del sol pudieran darle a su señora.

Cerca de nosotras podíamos ver una plantación de naranjos, con esclavos afanándose por recoger las frutas maduras y echándolas a los enormes cestos que tenían a sus pies. Un poco más allá, casi junto a la última línea de árboles se encontraban los enormes setos que conformaban un amplio laberinto que, según había escuchado, había sido un regalo del dominus a su esposa.

Menudo despilfarro de oro.

Los ojos azules de Aella se clavaron en mí cuando me escuchó acercarme. Leí la advertencia silenciosa en su mirada, la amenaza que no había intentado de maquillar en su dormitorio y que ahora se repetía dentro de mi cabeza; hice un discreto gesto de asentimiento en su dirección y ella esbozó una sonrisa satisfecha.

Escogí un lugar lo suficientemente alejado de unas chismosas Vita y compañía, pero decidí quedarme cerca de Aella por si requería de mi ayuda. Las doncellas no dejaban de susurrar entre ellas, quizá compartiendo cotilleos y rumores que hubieran escuchado; Aella había optado por cerrar los ojos y parecía estar dormida.

Y yo estaba atrapada allí, bajo el sol mientras aquella niñita caprichosa —y que había resultado tener garras afiladas escondidas bajo esa bonita piel de porcelana— intentaba sobrellevar los excesos de la última fiesta a la que había sido invitada.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Where stories live. Discover now