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Decidí creerle.

Aunque hubiera apartado la mirada antes de darme sus respuestas. Una discreta señal que podía delatar que no estaba siendo sincero conmigo o, al menos, no del todo; en aquellos años había aprendido a estudiar a mis enemigos, a fijarme en ese tipo de detalles.

Por eso mismo fingí que me había tragado su mentira y esbocé una sonrisa de comprensión, logrando que mi mediocre actuación relajara al chico; Darshan se llevó una mano a la nuca de manera inconsciente, recordando el delator tatuaje que lo había puesto en evidencia. Aquellos trazos de tinta confirmaban que había estado en prisión, los dioses sabían cuánto tiempo; el problema radicaba en saber qué había hecho para terminar en ese horrible lugar... y cómo había logrado escapar de allí.

Rogué para mis adentros que la ausencia de mi padre se alargara un poco más, lo suficiente para que Darshan ya se hubiera marchado y yo pudiera olvidarme del asunto lo más rápido posible.

—Creo que es el momento idóneo para que me respondas a unas sencillas preguntas.

La petición del prófugo herido me arrancó una sonrisa llena de ironía que no disuadió al chico para hacerme saber cuál era su primera pregunta. Continuaba apoyado sobre los cojines, con una mano presionándose discretamente la zona cosida con puntos; sus ojos grises parecían mucho más espabilados que antes. Mucho más despiertos y llenos de desconfianza.

Al menos coincidíamos en algo: los dos éramos unos pésimos mentirosos.

—¿Este sitio es seguro? —preguntó.

Apreté los labios con fuerza, recordando lo mucho que podría perder si alguien descubría a Darshan allí... o veía el tatuaje que llevaba en la nuca. Yo acabaría en prisión, pero mi padre seguramente perdería la casa porque quedaría clausurada por los nigromantes o los Sables de Hierro.

—Todo lo que puede ser un hogar humilde —contesté con cierta renuencia, contemplando la habitación con desasosiego.

Aquella casa era el orgullo de mis padres, quienes habían trabajado hasta la extenuación para conseguirla. De la familia de mamá no sabía mucho —por no decir nada—, pero sí que había escuchado historias sobre los parientes de papá: provenía de una extensa familia que vivía en Dilibe, una aldea que se encontraba a un par de días de viaje de la capital; todos ellos dedicados al cultivo de cereales, mi padre había sido el primero de ellos en aspirar a algo más gracias a los viajeros que se encontraban de paso en la zona y compartían sus experiencias en el camino. Cuando cumplió los veintiuno, tras trabajar duro en el campo que trabajaban para el señor de la zona, anunció sus intenciones de viajar hasta Ciudad Dorada, capital del Imperio y cuna de los sueños de los más ambiciosos; no encontró mucho apoyo entre sus familiares, pero eso no le desanimó a empacar sus pocas pertenencias e iniciar el viaje hasta la capital.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora